1. Buenas noches, princesa


    Fecha: 06/12/2018, Categorías: Confesiones Hetero Autor: Joey Gabel, Fuente: CuentoRelatos

    Una, dos, tres… ¿a quién coño le importa? Es triste que la turbia visión de este antro vaya a ser lo último que recuerde antes de que todo se descubra y me estalle en la cara. La chica va a contarlo, sería un iluso si pensase que simplemente lo dejará pasar. Quisiera volver a verla, pero eso solo complicaría las cosas. Yo soy el único culpable, por alimentar su fantasía. No dejo de darle vueltas y más vueltas a esta puta historia que nunca debió ocurrir. Me dirigía mecánicamente hacia el aula de aquel grupo de segundo año de la Universidad sumido en un profundo hastío. Cerré la puerta tras de mí con violencia, apoderándose así de la sala un inusual silencio, ese instante de calma antes de la tormenta. Un nuevo curso daba comienzo. Expresiones de fastidio y muestras de falsa atención, caras nuevas —otras no tanto— y una pregunta cuya respuesta conocía de antemano. ¿Alguno de ellos lograría sorprenderme? No, nadie lo haría. Se sucederían un sin fin de aportaciones carentes de relevancia, interminables pruebas del talento desaprovechado —o de la inexistencia del mismo—, ahogado en el inodoro como un nauseabundo cagote matutino tipo 6. Me vería forzado a premiar a quienes más se esmerasen en comerme la polla y daría al resto un inmerecido aprobado. Sentir que has tocado fondo sugiere una imagen totalmente degradada de la persona, una sombra retorcida de aquello que una vez fuiste o aspiraste a ser. Y para mí, sin embargo, no era más que reconocer haberme resignado a mis ...
    ... decisiones. Aceptar mi estancia en ese limbo entre la grandeza y la mediocridad resultó un duro golpe. Algunos le habrían dado nombre, burnout sería lo más acertado que alcanzarían a decir —oh sí, gracias a vosotros dejaría atrás esas noches en vela buscando en google qué mierda me ocurre—, benditos salvadores. De un modo u otro, me encontraba frente a 48 alumnos ocupando un aula que, sin embargo, se encontraba vacía para mí. Y de entre ese vacío, alguien —sigo sin saber bien por qué— consiguió llamar mi atención, pero lo hizo de una forma que no esperaba. Aquella chica de la segunda fila, garabateando enérgicamente en su libreta, escribiendo sobre Dios sabe qué. El hecho de que no levantase en ningún momento la vista del papel hacia que resultase evidente su falta de interés por cualquier cosa que tuviera que decirle. Me encontraba así en una posición privilegiada desde la cual escrutar cada detalle de su rostro, cada uno de sus movimientos, sin que ella se percatase. Una vez finalizada la clase revisé el parte de asistencia, como si su nombre fuese a aparecer destacado. Y sin embargo ahí estaba: “Era Dolores cuando firmaba”. Hasta aquella simple coincidencia parecía advertirme, pero me resultaba imposible borrar la imagen que acababa de formarse en mi cabeza. Sus ojos, el —por aquel entonces desconocido— sabor de sus labios, su espalda contra la mesa, arqueándose al sumergirme entre sus piernas, suplicas, gemidos cada vez más intensos, hasta que el placer, tornándose en grito, ...
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