1. Conservando la Inocencia


    Fecha: 12/12/2018, Categorías: Gays Autor: Piyero, Fuente: SexoSinTabues

    Llegó el día en que mis hormonas adolescentes ganaron la pelea contra la razón, al menos contra los ideales que me habían inculcado, y cuando Carlos vino a jugar un rato en la computadora, yo estaba decidido a dejar que pasara, si él buscaba juego nuevamente. Nota del Autor: Mi primer intento en escribir mis experiencias, jejeje por favor no sean muy rudos conmigo. Este relato es real, hasta donde alcanza mi memoria. Lo cuanto tal cual lo recuerdo. Tenía yo 12 años. Actualmente 28 Cuando era un niño no pensaba en el sexo, al menos no hasta los nueve años, cuando comencé prematuramente a masturbarme en busca de orgasmos tan secos como intensos. Cuando cumplí doce años ya podía eyacular una cantidad respetable de semen dulcemente inmaduro y, aunque mis fantasías cada vez se inclinaban más hacia mis amigos varones, yo seguía sin internalizar lo gay que era. Tenía dos amigos, con quienes nunca pasó nada más allá de mis intentos fallidos de engancharlos al exhibirme delante de ellos. Nunca picaron el anzuelo. Uno era de mi edad y eso era irremediable. El otro solo un año menor que yo, Alejandro, un gordito bastante lindo, de piel blanca, sonrisa encantadora y trasero redondeado. ¡Los gordiños y sus traseriños! Él tenía un primo de cuatro años, Carlos, a quién conocí desde el ecosonograma. Un día este pequeño nos confió que se tocaba con un amigo y una amiga de su misma edad, jugando a algo que él denominaba “chupar”…. Sencilla e inocentemente “chupar”. Su primo de once años y ...
    ... yo nos miramos con un dejo de diversión y trauma, aunque fallé al ver que su rostro mostraba un poco de miedo. El pequeño Carlos prosiguió con su historia y nos preguntó que si queríamos hacerlo nosotros, ahí mismo, sin ningún tapujo. ¡La inocencia! Muchos lo considerarán perversión, pero es inocente pedir sexo sin más, y lo saben. En ese momento solo se me ocurrió, inocentemente, repetir el discurso que yo había recibido unos cuantos años antes, toda la perorata adulta de “eso no es correcto, aún eres niño, somos todos varones” bla, bla bla. La astilla de erotismo en la sección más carnal de mi mente quedó ignorada por el momento. La velada terminó y nada más pasó. A los días, sin el primo Alejandro de por medio, Carlos vino nuevamente. Jugamos en la computadora, vimos televisión, salimos al patio a pegar carreras. En algún momento de privacidad, me dijo que quería chupar conmigo. Le pregunté que quién le había enseñado eso y no quiso decirme. Asumí que no era algo que habían inventado tres nenes de cuatro años. Repetí mi discurso y nuevamente quedó ahí. Eso se repitió varias veces, y su insistencia viajo lentamente desde mi cerebro cerrado, recorriendo suavemente mi piel, hasta llegar a mi pene en una sesión de masturbación nocturna. Suspiré, acabé, comí mi semen y me sentí culpable de imaginar a este niño chupándome el glande. Pero la imagen estaba ahí, con culpa y reproche, una imagen que en mis doce años no había tenido que enfrentar. Llegó el día en que mis hormonas ...
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