1. El cartero a veces llama dos veces


    Fecha: 12/12/2018, Categorías: Sexo en Grupo Sexo Oral Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos

    León se hallaba tumbado boca arriba, desnudo sobre la gran y mullida alfombra color granate que ocupaba el centro del amplio salón. Sus brazos descansaban extendidos por encima de la cabeza, unidos por las muñecas mediante unas esposas metálicas, en tanto que sus piernas permanecían flexionadas y forzadamente abiertas a causa de una barra de madera unida a sus tobillos por sendas correas de cuero. En su situación poco era lo que podía ver a alrededor –una de las lámparas led que colgaba del estuco color crema del techo, parte del aparador en el que estaba colocado el televisor–, por no hablar de la imposibilidad de girar la cabeza, con su cuello inmovilizado y ciertas dificultades para respirar. León era un hombre feliz. Y es que su incapacidad para moverse se debía a que sobre su cuello estaba sentada a horcajadas Débora, con las ingles y muslos cerrados como alicantes de acero alrededor de la garganta; y su coño abierto y húmedo, pegado contra la boca y la nariz del hombre que, casi tan ahogado como excitado, succionaba, lamía y mordisqueaba aquella tierna y cálida hendidura. La mujer restregaba su entrepierna contra el rostro de León, gimiendo y moviendo con ductilidad un cuerpo cincelado por horas de spinning, sentadillas y dominadas, con las que había logrado una moldeada anatomía –no musculada– sin un gramo de grasa. Su tersa piel de treintañera se deslizaba como mantequilla fundida sobre el duro abdomen, plano como una tabla de planchar, al tiempo que su melena color ...
    ... caoba se mecía al ritmo de sus movimientos. Como única prenda lucía unas sandalias que dejaban al descubierto sus uñas pintadas de rojo burdeos, y que rodeaban sus tobillos con una cinta de cuero cerrada por una pequeña hebilla. El brillo metálico de los puntiagudos tacones combinaba con los destellos de la cadena de finos eslabones plateados que rodeaba su cintura. León era consciente de que las entrenadas piernas de la mujer podían tronzar su pescuezo con un simple y rápido movimiento de cadera, lo cual lejos de amedrentarle le excitaba sobremanera, animándole a redoblar sus esfuerzos en el cunnilingus. –¡Vamos cabrón! –Ordenó Debora– ¡Chupa, cómeme el coño! León, haciendo honor a su hombre, devoró con fiereza la empapada gruta, obviando sus dificultades para respirar con la nariz insertada entre las potentes nalgas de la mujer. También a la dulce satisfacción que suponía el enculamiento al que le sometía, al mismo tiempo, Lolita. La tierna y aparentemente frágil Lolita, acoplada entre las inmovilizadas piernas de León, bombeaba con sus glúteos para sodomizarle con el gran consolador que llevaba fijado al arnés que rodeaba sus caderas. Movía acompasadamente su grácil cuerpo, balanceando unas tetas pequeñas pero firmes y desafiantes, de puntiagudos pezones, y lucía una sonrisa de satisfacción en su rostro de facciones asiáticas, hermosas y dulces hasta el punto de aparentar muchos menos de los veinticinco años que tenía recién cumplidos. Rasgos heredados de su madre, al igual ...
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