1. Trágica historia de sexo


    Fecha: 27/12/2018, Categorías: No Consentido Infidelidad Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    Poca gente fue al velorio de Huguito. La velaron a cajón cerrado, porque el balazo que se dio, metiéndose la pistola en la boca, lo había dejado completamente desfigurado. Yo lo recordaba como cuando era un niño: ojos verdes saltones, gesto de poca inteligencia, cabeza desproporcionadamente grande, y un moco siempre cayéndole de la nariz. Eran solo cinco personas las que se encontraban en la casa mortuoria. Ninguna de ellas se parecía físicamente a él, y ninguna demostraba sentirse realmente acongojado por su muerte. Sus padres, quienes probablemente fueron las únicas personas amables con él, habían muerto cuando Huguito tenía doce años. De ahí, fue dando vueltas por diferentes casas de familiares, hasta que cumplió la mayoría de edad, y ninguno quiso hacerse cargo. El silencio alrededor del cuerpo, me causó incluso más pena, que la propia muerte de Huguito. Entonces, me apoyé sobre el ataúd, y derramé las únicas lágrimas que chorrearían esa tarde de agosto. O quizá fue la culpa, la que me hizo llorar… …. Yo lo conocía de la escuela primaria. Nadie se juntaba con él, era el marginado del salón, y los demás alumnos practicaban con él lo que hoy se conoce como bullying. Cualquier cosa que el pobre Huguito hacía o decía, era juzgada con la más severa de las miradas. Era tonto, feo, oloroso, y pobre. Su sola presencia exasperaba a los compañeros de curso. El que peor lo trataba era Germán: tingazos en la oreja, coscorrones en la cabeza, traba a los pies para que se caiga, ...
    ... correrle la silla justo cuando se iba a sentar, para que caiga de culo y toda el aula estalle en carcajadas… esas eran las cosas con las que tenía que lidiar Huguito todos los días. Y a pesar de que Germán era el peor, no era el único. Mauro, y Gonzalo eran igual de malditos que él, sólo que no eran tan astutos y rápidos para hacer de las suyas. Y además de ellos, todos los chicos participaban del desprecio colectivo hacía ese pobre infeliz. Incluido yo. Cuando las bromas llegaban a tal extremo que hacían que Huguito reaccione dando débiles empujones para que lo dejen en paz, Germán y los otros encontraban en ello la excusa perfecta para esperarlo a la salida y darle una paliza, cosa que pasaba bastante seguido. Yo no participaba de esas palizas, aunque más de una vez formé parte de la multitud que rodeaba a los abusadores y a su víctima, y arengaba a los primeros para que le rompan la cara al pobre Huguito. Pero en una ocasión me dio mucha lástima (o acaso algo adentro mío me instó a hacer, por una vez, lo correcto), y luego de que la pela terminara (si es que se lo podía llamar pelea) ayudé a Huguito a ponerse de pie, y a agarrar su mochila. Tenía la boca y la nariz sangrando y el ojo hinchado. Pero a pesar del dolor que habría de tener en toda su cara, logró esbozar una sonrisa cuando me miró. …. Sí, definitivamente era la culpa la que me hacía llorar como un niño en el velorio. Me había convertido en el mejor amigo de Huguito. En su único amigo. Jugábamos a las figuritas en el ...
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