1. La mujer del disidente (04). El registro


    Fecha: 29/12/2018, Categorías: No Consentido Dominación Autor: Senatore33, Fuente: CuentoRelatos

    ... faltan tres, señor, con lo que aún me quedan siete -dijo uno de los reclusos-. -A mi solo me falta el meñique izquierdo, señor -dijo el otro recluso levantando sus dos brazos y mostrando sus manos a los presentes-. En efecto, Amalia pudo ver cómo a este hombre la faltaba un dedo, y dirigiendo la mirada al otro recluso también pudo ver cómo le faltaban varias falanges-. -¿Por qué te falta un dedo, recluso? -le preguntó el capitán-. -Fue un castigo, señor -respondió el preso-. -¿Qué hiciste para merecer tal castigo? -le insistió el capitán-. -Mordí a un agente, señor -contestó el preso-. -¿Y por qué te falta solo un dedo, recluso? -le preguntó el capitán-. -Supongo que porque me habré comportado mejor que mi compañero, señor -respondió el recluso, mientras algunos de los policías presentes soltaron unas risas-. -¿Qué es esto? -preguntó Amalia-. ¿Me estáis amenazando con amputarme dedos si opongo resistencia? -No, por favor -le contestó el capitán con voz serena-. No osaríamos mutilar a una mujer. -Y menos aun cuando podemos recurrir a su marido -anunció el teniente, mientras abría otro cajón de la mesa y sacaba un instrumento con una abertura redonda y accionaba varias veces una cuchilla que se abatía cono una guillotina-. El mero sonido del filo de la guillotina estremeció a Amalia. -Sirve para dedos y para pollas -explicó el teniente-. Pero como somos condescendientes, solemos dejar la polla para el final. -Es injusto, en esta cárcel se tortura -Amalia cayó sobre sus ...
    ... rodillas y lloraba sin parar, con su cabeza gacha y sus manos tapándole la cara- -No es del todo cierto -afirmó el capitán-. Si un preso se comporta dignamente se le garantiza su seguridad. -Amalia, elige mano y dedo. Traed al traidor -ordenó el teniente-. Los cuatro hombres que se habían levantado se dirigieron a la puerta. -Colaboraré -gritó Amalia antes de que los hombres pudieran salir, esperando que su decisión no la hubiera tomado ya demasiado tarde-. -Ya has sido muy soberbia e impertinente. Tal comportamiento no puede quedar sin castigo -explicó el teniente-. -¡Por favor! -exclamó Amalia-. No le hagan daño a mi marido. Ha sido culpa mía, él no ha hecho nada. Colaboraré y haré lo que sea necesario, pero no le hagan daño. -Tenías que haberlo pensado antes de reaccionar, bonita. Tu actitud merece un castigo -fue la respuesta que obtuvo-. -Por favor señor -rogó Amalia-. Estoy muy arrepentida, castíguenme a mi. -El mínimo castigo que aplicamos es el meñique izquierdo -explicó el teniente-. -No lo sabía, señor -se disculpó ella-. Perdónenme por esta vez. Me servirá de advertencia. -Lo cierto es que no había sido previamente advertida de la consecuencia que trae la desobediencia -intercedió de nuevo el capitán-. Quizás por ello podríamos rebajarle ligeramente la pena a aplicar. -Puedo ir donde el marido y partirle algunos dientes -se ofreció el sargento Morcillo, un hombre grande y de aspecto rudo y áspero-. Amalia estaba desesperada. Se fijó en los dos reos de la primera fila, ...
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