1. Kilómetro 495


    Fecha: 05/09/2017, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... esperaba, y haciéndome casi perder el control del volante, sentí su mano sobre mi paquete. -¡Cálmate¡ No creo que quieras terminar al fondo de un barranco, al menos yo no - me dijo -. Será mejor que te relajes y disfrutes. Le hice caso por dos razones: en primera, porque tenía la esperanza de que si no reaccionaba a sus caricias, se cansaría y dejaría todo por la paz y; en segunda, porque el contacto de su mano sobre mi pene, aún por encima de la tela, era muy satisfactorio. Apenas y me rozaba, pero yo me encontraba en la gloria. Recorría lentamente el tronco, de arriba a abajo y de regreso. Cuando llegaba a la punta, la presionaba ligeramente, haciéndome gemir. Lo hizo por casi media hora. El placer era bastante, pero la sutileza de las caricias, no era capaz de llevarme al orgasmo. Los huevos y la misma pija me dolían. Fue entonces cuando ya no pude controlarme. Me olvidé que era una puberta. Le pedí que me la sacara y se la metiera en la boca. Obedeció de inmediato, feliz por mi nueva actitud, sabiéndose victoriosa de la batalla. Bajó el cierre y en un dos por tres, ya la había sacado y la tenía hasta la garganta. Subía y bajaba, abarcando cada centímetro de ella con sus delicados labios, moviendo su lengua con desesperación. Alcancé su trasero. Como el de cualquier chica a su edad, estaba muy suave. Cuando sintió que con el dedo índice presionaba su ano, me clavó los dientes en el glande, y yo las uñas en sus juveniles carnes. En verdad que me la mamaba muy bien, se veía ...
    ... que tenía experiencia en ello. Ese talento y el grado de excitación en el que estaba, no me dejaron durar mucho. Mis testículos se pegaron a mi cuerpo. El cosquilleo en la punta de mi falo era cada vez más mayor. Me olvidé de su culo. Jalé su pelo, empujando su cabeza hacia abajo, para clavarle mi verga hasta el fondo y justo después, llenarla con siete chorros de semen. El clímax había sido intenso. Sin duda, mejor que acabar sobre la pared del baño, era hacerlo en la boca de una mujer, y más aún si era una adolescente como aquella. Para mi sorpresa, se tragó hasta la última gota, sin dar muestra de asco. Limpió los restos que quedaron en el capullo. Me dio un beso en la mejilla, y regresó a su lugar. Creí que se permanecería quieta por al menos cinco minutos, pero empezó a desnudarse. Traté de persuadirla de lo contrario, argumentando que si una patrulla la veía así, me llevarían a la cárcel. De seguro notó que la verdadera razón por la que se lo pedía, era por el miedo que me daba lo que pudiera hacer, así que no me hizo caso. Primero fueron las botas, luego las calcetas, la blusa, la falda, el sostén y las bragas. Era preciosa, y la tenía para mí solo. No podía creer que la vida fuera tan buena. Sus pechos se parecían más a los de un hombre gordo, que a los de una mujer, pero aun así me parecieron perfectos. Sus pezoncitos estaban duros; los pellizcaba y gritaba de placer. Vientre plano y cintura diminuta. Y su coñito, que delicia, sin un solo vello, tal vez porque se los ...