1. La chica de las pastas italianas


    Fecha: 13/06/2019, Categorías: Hetero Fetichismo Autor: Dany, Fuente: CuentoRelatos

    ... la princesa. —¿Qué queréis de mí, señora? —preguntó Joaquín, viéndola que llevaba una túnica tan corta que, al tener la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, dejaba ver mucho de sus bellas extremidades y darse cuenta, además, que estaba descalza. —¿Qué veis? ¿Acaso osáis desear mi cuerpo? —No mi señora, es que… —Vaya, entonces queréis decir que mi cuerpo no te resulta atractivo, esclavo insolente. ¿Debería, acaso, mandaros a dar unos cuantos azotes? —Perdonadme, señora, pero no. No he pensado nada de eso. —¿Es que acaso no piensas? —Pero es que… —No quiero que me des ninguna excusa. Ven, acuéstate bocabajo y sírveme de escabel para poner mis pies sobre tu cuerpo. Joaquín tuvo que obedecer sumisamente a la princesa, se acercó hasta el solium en el cual ella se encontraba sentada y se puso de rodillas para luego descargar su cuerpo sobre el suelo. —¡Detente! —dijo imperiosa la princesa— antes desnúdate hasta la cintura. Joaquín se quedó de rodillas, como pudo se desembarazó de la parte de la túnica que cubría su torso, y se acostó sobre el frío mármol del piso. —Sí —dijo la princesa, apoyando sus pies desnudos sobre la espalda del extranjero—, esto está mejor, no soporto en mis pies desnudos lo helado del mármol. La princesa, entre tanto, continuó con sus laborees de costura; faena que la entretenía para no caer en el tedio de sus largos días de holganza. Después de un buen rato, la princesa le dijo al esclavo: —Bueno, ya estuvo bien de estar en esa posición, ahora date ...
    ... la vuelta. Joaquín obedeció sin rechistar. —Tened —le dijo la princesa entregándole un cojín forrado de seda para que le sirviera de almohada— colocad vuestra cabeza sobre él. Nuevamente, el esclavo obedeció sin un atisbo de protesta. Y la princesa, separando un poco sus piernas, colocó su pie izquierdo sobre el pecho del forastero, y el otro cerca de su pene; con lo cual Joaquín se puso bastante inquieto. —Os siento un poco intranquilo —dijo la princesa con cierto tono irónico, mientras deslizaba suavemente el pie por encima de su pene —, ¿qué es lo que os pasa? —Nada señora, nada me pasa. —Vaya, —exclamó la princesita—, qué es este bulto que se os está formando por aquí —preguntó con malicia mientras con el pie hacía cierta presión sobre aquel extraño abultamiento que se le estaba formando al esclavo en la entrepierna. La cara de Joaquín se había puesto roja, y sudaba. —Señora… —Qué queréis. —Es que tengo temor —De qué tenéis temor. —No, de nada. La princesita le hizo por una vez más una cierta presión con el pie, en el pene, por encima de la túnica, y luego añadió: —¡Ya basta!, ahora quiero que me beséis los pies¡ En aquel momento Joaquín se sintió un poco aliviado de aquella tortura que estaba padeciendo. Se colocó de rodillas apoyando las caderas en los talones, y tomó entre sus manos uno de los delicados y bellos pies de la princesa Ania y comenzó a besárselo con fruición, pues a él aquella tarea le parecía en extremo delectable. Desde mucho tiempo atrás había deseado ...
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