1. Bajo el cielo de Siberia (1)


    Fecha: 19/07/2019, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... los simples milicianos, aterrorizados ante la ferocidad del ataque de los blancos, sin ningún resultado práctico. Fueron inútiles los zurriagazos, los culatazos sobre esos hombres aterrorizados para hacerles volver al combate, resistir y resistir, el violento empuje del enemigo blanco. Incluso las ejecuciones sumarias, por simple disparo en la cabeza, sirvieron de nada para contener la nutrida estampida de hombres Los blancos rebasaron aquella primera línea de trincheras y, embriagados, se lanzaron con aún más ímpetu sobre la segunda, seguros de repetir el éxito, pero fue un sueño imposible, pues la victoria sobre la primera línea roja fue “pírrica”, a costa de sufrir pérdidas elevadísimas, por lo que el asalto a la segunda, también a bayoneta calada, fue un derroche de valor, de heroísmo, con las mujeres, damas enfermeras, en sus uniformes blancos, cubiertas por la capa de paño azul oscuro, puestas algunas de ellas a la cabeza de los asaltantes, en primera línea, voceando a los hombres, animándoles, a seguir avanzando hasta el fin; “¡Por la religión, por la Patria!, adelante, camaradas, adelante!”. “¡¡¡VICTORIA O MUERTE!!!, ¡¡¡VICTORIA O MUERTE!!!, ¡¡¡VICTORIA O MUERTE!!!”… Una hubo que, al caer un abanderado, tomó del suelo la bandera y, enarbolándola, corrió hacia la línea roja, haciendo ondear, tremolar, la enseña al viento, arrastrando tras de sí un buen puñado de hombres que, aún más enardecidos por el valor que las mujeres derrochaban, corrieron impetuosos contra ...
    ... las trincheras enemigas. Pero todo fue estéril, pues todos ellos, todas ellas, fueron cayendo, hasta el último hombre, hasta la última mujer, masacrados por la fusilería, las ametralladoras y morteros, la artillería, disparando a alza abatida, en tiro directo sobre infantería. Llevaba allí la muchacha escasos minutos, sentada junto al cuerpo exánime, cuando dos sombras se le acercaron por detrás; eran dos camaradas, dos “guardias rojos”, ya, francamente, entrados en años, más sesentones que cincuentones. La saludaron, “Buenas noches, camarada”, y, sin esperar respuesta el que parecía de más edad, un hombre de sesenta y pico años, barba hirsuta y pelo más blanco que oscuro, sin más, se sentó a su lado, alumbrando con su antorcha la escena ¿Le conocías, compañera? Sí; era mi amo…mi amo joven Comprendo, camarada; y entiendo que le odies. Estos señoritingos de aristócratas eran muy crueles con nosotros, los pobres “muzhiks”(2). Pero, camarada, tu amo ya está muerto, ha pagado, pues, cuantas maldades te hiciera, y no está bien ensañarse en un cadáver… No camarada; yo no le odio; en realidad, le quiero; le quiero mucho, y su muerte me duele muchísimo, pues fue muy bueno conmigo; la única persona que me tendió la mano, me ayudo, me protegió, cuando más lo necesité… Y sin pedirme nada, pero nada, ¿entiendes?... Nada, nada, a cambio; sólo lo hizo por lo bueno, la gran persona que era… ¡Vaya! Lamento entonces su muerte... Y ¿qué piensas hacer?... Estar aquí, sentada, no soluciona nada; ...
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