1. Una madre deseada


    Fecha: 11/11/2017, Categorías: Fetichismo Sexo con Maduras Tabú Autor: whotan, Fuente: xHamster

    La historia que voy a contar ocurrió hace muchos años, más de treinta, pero la viví con tal intensidad que puedo recordar sus detalles con mayor precisión que muchas cosas que me han ocurrido recientemente.Yo tenía entonces 18 años y era virgen. Mi excitación sexual era la propia de la edad. Estaba obsesionado con todas las mujeres que veía. Una de ellas era mi madre, Paquita, una mujer de poquito más de cincuenta. No era especialmente atractiva físicamente (pequeñas tetas, culo no demasiado notable), aunque tenía bonitas piernas y una piel muy blanca que despertaba mi voraz apetito. Poseía además una cara muy agradable.Paquita era inteligente, sensible y muy religiosa. Aunque eso es algo que supe después, estaba completamente desatendida sexualmente por su marido, mi padre, no sé muy bien por qué, si porque él había perdido todo interés en el sexo, o porque había perdido todo interés en mi madre, o por ambas razones. Nunca lo he sabido. Mi madre no era el único objeto de mis pajas, sino una más en el abanico de mis obsesiones, pero tenía la ventaja de que la tenía cerca y la podía observar cuando había suerte. Cada vez que tenía una oportunidad la escudriñaba por la cerradura del cuarto de baño mientras meaba, aunque la visión no era muy buena, pero en una ocasión, en que no había bajado la cortina del baño, conseguí verla con más detalle mientras se bañaba. En sí mismos esos espectáculos no eran demasiado estimulantes, pero lo morboso de la situación conseguía excitarme ...
    ... todavía más de lo habitual.Hasta ahí habían llegado las cosas cuando un día me había hecho una herida en la parte superior del muslo. Era una rozadura muy dolorosa. Tenía que darme una pomada y vendármelo para evitar las escoceduras. Mi madre se ofreció a hacerlo porque de soltera había trabajado como enfermera. Nunca pude imaginar todas las consecuencias que tendría esa cura.Después de bajarme los pantalones y dejármelos en los tobillos me senté en la silla que me había indicado mi madre. Entretanto ella preparaba la pomada y las gasas para la herida. Cuando todo estuvo dispuesto se agachó delante de mí y empezó a extender suavemente la pomada con las yemas de los dedos a escasísimos centímetros de los calzoncillos, en el punto donde se apretaban los huevos. De forma automática y completamente imprevista la polla empezó a crecer de modo casi cómico. Me sentí invadir por una vergüenza infinita: levantar la polla a escasa distancia de las narices de mi madre que seguía afanándose con la pomada era mucho más de lo que un joven que acababa de cumplir dieciocho años podía soportar sin querer que la tierra se lo tragara.Intenté disimular pero era imposible. Debía estar completamente rojo. Miré con discreción y tuve la impresión de que mi madre trataba también de disimular el significado innegable de lo que tenía delante. La visión de la blancura de sus pequeños pechos a través del escote no mejoraba tampoco las cosas.Cerré los ojos, pero fue en vano. El contacto de sus dedos cerca de ...
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