1. Manuela y su complaciente marido


    Fecha: 05/03/2018, Categorías: Infidelidad Autor: murgis, Fuente: RelatosEróticos

    Manuela tuvo que rendirse del todo a la evidencia una buena tarde del mes de mayo en que apretaba el calor sobre Madrid. Bueno tuvo que rendirse a las evidencia y a unas cuantas cosas más. Y lo malo es que desde aquel día se aficionó al asunto, convirtiéndose en cómplice de su marido. A partir de entonces, ya no tendrían nada que reprocharse mutuamente, si bien hubo aun ocasiones futuras en que disimularon por el aquel de los respetos humanos y de la formación que a ambos les habían inculcado. Manuela no paraba de asombrarse, con lo decente, intachable, virginal que había sido ella hasta hace unos meses. Ya ves tu lo pronto que se marchita la flor de la pureza, ya ves tu lo cierto que resulta aquello de que la juventud corrompida es fruta verde y podrida, ya ves tu lo rápidamente que se contagia la depravación. Porque la verdad es que era aún una niña, aunque eso sí, una niña buenísima, no tenía mas remedio que reconocerlo mentalmente... Casada desde hacía tres meses, y embarazada casi desde el mismo tiempo, aún no se le veía la tripita, aun mantenía la hechura de sus caderas, pero la preñez había aumentado el calibre de sus ya duros y plenos pechos y afilado todavía más sus pezones casi siempre enhiestos. Llegaron a las puertas del cine a eso de las siete y les fue preciso guardar cola un buen rato. Su marido Alfredo era un ardiente devorador de películas. Se dispusieron a disfrutar de la película. Al cabo de un rato notó Manuela un roce en el brazo, a babor, pero no le ...
    ... atribuyó especial importancia. Sus ojos se habían acostumbrado ya a la oscuridad. Miró de reojo con muchísimo disimulo, y el rozador era un hombre, joven al parecer, y con barba. Bueno no creía que fuera con mala intención. No iba a tener la gente tanta cara dura como para intentar aprovecharse con su marido al lado. No, no podía ser. Al cabo de un rato el joven barbudo se agachó, como para recoger algo, y al incorporarse recorrió descaradamente la pantorrilla de Manuela con la mano, de abajo arriba, llegándole a la corva. Vaya por Dios, que mientras fuera solo eso… Y en los minutos siguientes – vaya trajín – volvió a suceder tres veces. A la cuarta le dejó la mano en la corva y empezó a recorrer la sutil arruguita de ésta con un dedo. Encima era el lado de la raja, de la raja de la falda vaquera, se entiende que se había puesto esa tarde. Unos minutos después la mano se había apoderado de su rodilla. Alfredo parecía no darse cuenta de nada. Claro, como tenía la cabeza metida en su melena y le propinaba besitos en la oreja. Y la estaba también calentando. Vaya gracia. El joven barbudo, por su parte, había dado un leve tironcito a su chaqueta y ocultado bajo ésta la cabeza de puente establecida en la rodilla de Manuela. Y luego – que atrevido – tiró de su pierna, llevándosela hacía él. Se lo tenía que decir a su marido, y se lo dijo, pero no todo. - Alfredo, porque no nos cambiamos de asiento. - Cambiarnos...? Si estamos tan a gustito aquí - Podríamos irnos un poco más adelante - ...
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