Perra Cobarde 1 - Relatos Eróticos

Perra Cobarde 1

Miraba ansiosa el reloj. Mi amo me había asegurado que vendría a recogerme a lo largo del día y el día se me estaba haciendo muy largo.

¿Cómo le conocí? ¿Cómo me entregue a él? Por obra y gracia del destino, por decirlo de alguna manera.

Publiqué un relato, una fantasía sin importancia que no aspiraba a nada, pero que él leyó. Y fue cuando me escribió cuando caí en la cuenta de que me había dejado el correo abierto.

Hablamos.

Hablamos mucho.

Sobre el relato, sí.

Y sobre lo que me haría a mí.

Soy sumisa.

Y masoquista.

Nunca lo había probado. Por miedo, por vergüenza. Pero fantaseo con el dolor, con las humillaciones, con convertirme en el trozo de carne de alguien.

Lo primero que me arrancó, o quizás se las di voluntariamente, fueron fotos mías, desnuda, mostrando mi bello rostro.

La primera vez en mi vida que le mandó fotos a un desconocido.

Un error de novata que no fue tal error.

Quería… No, querer no. Deseaba que me chantajeará con ellas. Que me obligará a hacer aquellas cosas para las que he nacido y que aún no me atrevía hacer.

Por supuesto no fue en el primer mensaje ni en el primer día. Fue tras una semana de charla con él.

Pero mi amo se negó.

La sumisión, incluso la esclavitud que yo tanto deseo debe ser libre y voluntaria. Nunca sería verdaderamente suya si no lo hacía por mi propia voluntad.

Yo sin embargo, internamente, yame consideraba suya desde el primer momento.

Suya hasta el punto de que no me podía tocar ...

... sin su permiso.

Porque sí, sin que él lo supiera ya le había cedido completamente el control sobre mi placer.

Y así se lo dije.

Me pidió una foto mía, una foto donde me declarara la perra de Joaquín.

El coño me palpitaba mientras me escribía en mi vientre con mi pintalabios favorito.

Se trataba de mi primera gran humillación, de la primera demostración de mi entrega absoluta a mi amo.

La foto que más vergüenza me había dado jamás tomar y la que más me ha costado mandar en mi vida.

Y me habló de límites.

Yo no quería ninguno y así se lo dije. Quería entregarme completamente a él.

Lo segundo que me pidió fue mi número de teléfono.

Lo entendí.

Si quería humillarme, usarme, utilizarme, necesitaba mi número.

Y se lo di.

No por miedo a lo que pudiera hacer con mis fotos. Se lo dí de corazón.

Este iba a mil por hora cuando me llamó.

Su voz era grave, de hombre, de macho. Pero también tranquila.

No podía verle, pero él a mí sí.

Me pidió que me desnudase, que me quitará todas la ropa delante del móvil.

Y lo hice, me despoje de toda mi ropa, prenda a prenda, hasta quedar desnuda delante de una pantalla que no reflejaba nada más que a mí y mi vergüenza.

— Ahora ves al cuarto de baño. Coge una palangana, mea en ella y tírate por encima.

— Amo, no estoy lista para eso.

Y me colgó.

El corazón me dio un vuelco cuando lo vi.

Le llamé y no contestó.

Le volví a llamar llorando y siguió sin cogerlo.

Así que hice lo que ...