1. Quizá la mejor experiencia de mi vida


    Fecha: 14/05/2018, Categorías: Hetero Autor: zibur, Fuente: CuentoRelatos

    Suelen decir que hay que saber aprovechar los buenos momentos y oportunidades de la vida. Pero no sé yo si lo de bueno se queda un poco corto, o es un eufemismo, cuando me refiero a lo que me ocurrió en la ocasión que paso a relatar. Lo hago intentando reflejar al detalle lo que me sucedió y sentí, para justificar así, de la mejor manera posible, que aquello fue algo más que simplemente bueno. De hecho, todo fue tan íntimo y lo viví tan intensamente, que por eso enfatizo el relato en primera persona desde el principio. Yo era una asidua usuaria del tren porque me aburría en los viajes soberanamente, y al menos en ellos encontraba algo de comodidad. Yo, mujer ya entrada en los treinta, ocupaba mis días, como la mayor parte de los mortales, en ocupaciones de lo más banales: mi trabajo de secretaria, mis amigos, mis aficiones y poco más; sin que, por otra parte, nunca nada extraordinariamente excitante me sucediera. Yo, me solía conformar con las pequeñas alegrías de la vida, y por eso mismo iba en aquel tren ilusionada con el largo puente que me esperaba en el pueblo de mi infancia. Yo, que era, en definitiva, una mujer como tantas otras, con bastantes fantasías y sueños, pero pocas realidades, no podía nunca haber imaginado que situaciones como en la que me había visto inmersa esa noche en ese tren podían suceder realmente. Pero allí estaba yo, en aquel estrecho compartimento de dos camas, con un acompañante desconocido y con el que no había cruzado siquiera una palabra. En ...
    ... medio de la noche, con la suave luz de la luna que se filtraba por la ventana, mientras el tren avanzaba repitiendo una y otra vez con su traqueteo esa especie de rítmico mantra que tanto me gustaba oír. Sí, allí estaba yo, tumbada de lado y destapada, sintiendo como aquel extraño, que se encontraba totalmente desnudo, metía su mano dentro de mis ya húmedas bragas, y hacía lo que quería sobre mi culo, mientras al mismo tiempo me masturbaba descaradamente con los dedos de la otra mano entre mis muslos y a través de la tela de algodón. No sabía muy bien cómo había podido pasar, qué me había llevado a dejarme hacer algo que en una circunstancia normal mi acentuado sentido del pudor habría considerado casi sucio y reprobable; pero estaba sucediendo, y, sobre todo, me estaba gustando. Quizá fue simplemente la visión que tuve de su cuerpo desnudo cuando lo creía dormido, con su llamativo pene bien exhibido, la que estimuló mi lívido de forma imparable. Quizá fuera algo así como un imperativo de mi subconsciente el que me salió a flote aquella noche en aquel tren, y que me inducía a satisfacer mi necesidad de sexo, mi necesidad de hombre, porque de hecho ya llevaba bastantes meses, demasiados, sin sentir la caricia y el abrazo de un hombre excitado, sin sentir su penetrante presencia. Puede que el lugar y el momento: el tren, la noche de luna, el calor, la intimidad compartida con el desconocido... todo parecía ser la plasmación perfecta de una de mis fantasías preferidas. Segura y ...
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