1. La guacha del kiosko


    Fecha: 20/06/2018, Categorías: Sexo en Grupo Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    Siempre hablábamos con mi marido Lucio de la vecinita que vive a la vuelta de casa. Incluso algunas noches, cuando hacíamos el amor fantaseamos con lo hermoso que sería jugar con ella en nuestra cama. Se llama Alma, tiene 18 años desbordantes de sonrisas y colores, ojos azules, buenas tetas aunque mejor cola, lleva el pelo por los hombros, gesticula todo el tiempo con las manos, y la vemos ir y venir por el barrio desde nuestro humilde kiosquito. Además nos compra seguido, ella y su familia. Pero una tarde me animé a lo que nunca imaginé que sería capaz. Lucio ordenaba golosinas, cigarrillos y gaseosas en los estantes y heladeras mientras yo atendía y revisaba el pedido para el día siguiente. De repente Alma llegó a pagarnos lo que nos debían sus padres y a comprar pañales para su hermanito. Como era demasiado dinero me parecía lógico invitarla a pasar. Lucio estuvo de acuerdo. Le cobré y charlamos un rato, ya que es amiga de mi hija desde el jardín de infantes. Cuando me preguntó por ella le dije que no tardaría en regresar de la casa de sus abuelos. Eso era mentira porque Pilar cumplía una misión caritativa en un campamento y no volvería por una semana. A eso de las 9 cerramos, y Lucio le regaló un helado en tacita. Ella se puso a comerlo paradita sobre el mostrador, cosa que a mi marido le permitió tocarle la cola sin arrepentimientos. La sonrojó cuando a propósito se agachó para levantar un billete, y le hundió una mano entre las piernas. Cuando le di una servilletita ...
    ... para que se limpie las manos ni bien terminó su postre le pasé la lengua por el labio inferior, donde tenía sucio con chocolate y crema, y ella intentaba lamerse, y así por toda la boquita. Lucio entretanto le decía que se cuide de los pendejos de al lado, desabrochándole el guardapolvo para dejarlo sobre su mochila que descansaba en el suelo. En eso Alma nos contó que se rateó del colegio para encontrarse con dos guachos que tenían pensado llevarla a la casa de uno de ellos y así cogerla toda. No sé por qué nos confiaba sus andanzas íntimas con tanta soltura. Pero lo claro es que los dos entendimos la señal. La mocosa andaba buscando que le echen un polvazo, y nosotros estábamos más que dispuestos. Me le acerqué para acariciarle el pelo, y cuando nuestras lenguas se entrelazaron en su boca fresca vi que se le llenaban los ojitos de lágrimas. Lucio la sentó en un banquito que usamos para alcanzar las cosas altas de las estanterías y me devoró el cuello a chupones. Hasta que ella balbuceó inocente: ¡me siento rara pero me gusta! Los dos fuimos testigos del desarrollo de su cuerpo adolescente cuando se quedaba a dormir en casa, y no podíamos creer que ahora la tuviéramos a merced de nuestros instintos sexuales más impíos. Lucio añadió en medio del silencio, mientras le quitaba la remera amarilla para manosearle esos primores que portaba de tetas encima del corpiño: ¡y tenés cosquillitas en el cuerpo? Querés jugar a que sos nuestra hijita degenerada?! Luego lo vi pelar su verga ...
«123»