1. La primera vez con un militar


    Fecha: 29/09/2017, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    LA PRIMERA VEZ CON UN MILITAR. Para continuar mis estudios me trasladé a la capital provincial, con el fin de inscribirme en la escuela que había elegido. Mi tío se desempeñaba como soldado en esa ciudad, y junto con otro militar rentaban un pequeño departamento en una zona cercana al cuartel. Allí llegué a quedarme por unos días, en tanto podía conseguir alojamiento en alguna pensión de estudiantes. Sebastián, el compañero de casa de mi tío, no parecía muy contento con mi estancia en aquel sitio, y casi todo el tiempo se mostraba serio conmigo, así que yo trataba de agradarle para que mi presencia no resultara una molestia. Durante las dos primeras semanas casi no hablaba conmigo, y apenas llegaba del cuartel se encerraba en su cuarto y apenas salía para lo indispensable. La ocasión para romper el hielo ocurrió al final de esas dos semanas, cuando Sebastián me encomendó que le llevara al correo unas cartas, ya que él no podría hacerlo por estar de guardia en el cuartel. Me dio un billete grande para las estampillas, y yo le regresé el cambio al día siguiente. Ni siquiera había tomado para los camiones. Sebastián me regaló una sonrisa de agradecimiento, y a partir de allí se estableció una corriente de simpatía entre ambos. El cuarto de baño quedaba separado del resto de la vivienda, al fondo del patio, y resguardado por una puerta hecha de tiras de madera, algunas de las cuales se habían aflojado y acomodado sin mucha preocupación. Una tarde, Sebastián entró para ducharse ...
    ... mientras yo estaba en el patio. Lo vi entrar con su toalla anudada en la cintura, y aprecié inmediatamente su musculatura, no demasiado trabajada pero si evidente en un hombre acostumbrado a realizar ejercicios y grandes caminatas. Era de estatura mediana y el tono claro de su piel contrastaba con la mía. Era de piel blanca pero estaba bronceado por el sol, lo que le daba un aspecto dorado. Me le quedé mirando durante largo rato, y pude observar su cuerpo espléndido por entre las tiras de madera, su pecho desprovisto de vello, sus pectorales y sus piernas torneadas. Ël se dio cuenta de que le observaba, y yo rápidamente desvié el rostro para no delatar las emociones que me subían arrebatadamente a la cara. Pero ese cuerpo parecía tener un imán: mis ojos volvían cada tanto a colarse por las rendijas de las maderas, atesorando las imágenes percibidas y formando un mosaico mental, donde las piezas faltantes podían ser inventadas. Cuando salió yo me esforcé por no mirarlo de frente, por sofocar los sonidos del corazón que latía apresuradamente. El pasó a mi lado con la toalla anudada y el cuerpo todavía húmedo y dejando una estela olorosa a jabón. Yo seguí ese rastro hasta la pequeña salita que dividía las dos habitaciones, y a través de la puerta entreabierta pude ver el ritual parsimonioso con que escogió la ropa y se vistió. Desde mi sitio de observación apenas lograba ver algunas partes de aquel cuerpo juvenil y bien dotado, pero lo que vi fue suficiente para ilustrar el resto. ...
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