1. Capaces de cualquier cosa (I: La excursión)


    Fecha: 11/07/2018, Categorías: Sexo en Grupo Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Era un jueves por la tarde de finales de Septiembre, y en la estación de tren de Bath hacia calor. Jean-Pierre y yo esperábamos dentro del coche, a la sombra y con el aire acondicionado puesto, a que llegara el tren procedente de Londres. Llevaba ya diez minutos de retraso. De repente, un grupo de gente empezó a salir por la puerta lateral desde el anden. - Voilà nos salopes! - exclamo Jean-Pierre al ver a Sara y Aurelie caminando abrazadas. Salimos del coche. Las chicas sonrieron al vernos. Iban dando tumbos, y Aurelie tenia una botella de vodka en la mano. Reian y gritaban sin parar. En los metros que nos separaban de ellas, me fije en Sara. Hasta borracha como una cuba tenia estilo. Era una rubia con aspecto angelical que se movía -hiciera lo que hiciera- con un erotismo endiablado. Hasta hacia bien poco, había sido la típica tía buena coitadilla que jamás salió de casa de sus papas. Si ellos supieran... bajo su apariencia, se escondía hoy una verdadera bomba sexual: pelo corto, cara preciosa, sonrisa encantadora, pechos mas bien menudos, un culo pequeño, manejable y extraordinariamente duro, y unas piernas largas que le alzaban hasta 1'75 m. Pero lo más importante -y lo mas oculto- era su mejor virtud: un apetito constante por gozar de las posibilidades que su cuerpo le ofrecía. Sara no concebía el sexo como algo natural: para ella, era algo sencillamente extraordinario. Lo había descubierto tardíamente (tuvo su primera experiencia a los 23 años) y, a sus 25, quería ...
    ... desesperadamente recuperar el tiempo perdido. Fue como abrir los ojos hacia si misma. Un buen día de verano, al oír los piropos de un grupo de chicos al salir de la playa, se dio cuenta de una realidad que hasta entonces había estado oculta ante ella misma: estaba buenísima. Siempre se había encontrado "monilla", comparándose con otras chicas, pero le faltaba ese punto de atrevimiento, de confianza en si misma. Le faltaba algo. Hasta aquella tarde. Al oír aquel "rubia, hay que ver como mueves ese culo!" lo supo. Fue madurando la idea por el camino, y cuando llego a casa, se desnudo ante el espejo, y se gusto. Analizo su culo, sus tetas, se acaricio, y se excitó. Descubrió entonces que lo que le faltaba era ese gusto por si misma. Sin perder un segundo, se metió en la ducha y se masturbo como nunca antes lo había hecho: pensando no en fantasías, sino en sus posibilidades. Pensando en que, si se lo proponía, podría destrozar a polvos a cada uno de los chicos de ese grupo. Tuvo hasta tres orgasmos utilizando sus dedos, la presión del agua, el jabón... Lo que mas placer le daba era, sin duda, su clítoris. Era capaz de alcanzar orgasmos fácilmente solo frotándose la entrepierna. Eso ya lo sabia (no era una santa, aunque tampoco se masturbaba con frecuencia), pero en la época de su vida que se abría ante ella, la extrema sensibilidad de su clítoris le convertiría en una fanática del cunnilingus. Por la noche, decidió salir sin ropa interior. El roce de sus finos pantalones de algodón ...
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