1. Inmorales: debutando con mi tía


    Fecha: 12/07/2018, Categorías: Incesto Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    Desgraciadamente no tuve un padre que alguna noche haya decidido llevarme a un putero a debutar, después de convencerme entre pucho y copas de que a las mujeres hay que volteárselas a todas, y sin excepción. Tampoco un tío o un abuelo que tomara ese rol. Nací en 1956, y durante mi adolescencia no había celulares, ni internet, ni revistas chanchas ni tv por cable. Encima el país era de los milicos, por lo que tampoco se podía pensar en libertad. Las chicas no eran ni por asomo lo zarpada que están hoy. Tampoco tenía hermanos. Mi madre me parió a los 18 años sabiendo que me daría el legado de hijo único, pues, fui producto del abuso de un estanciero para el que ella trabajó como criada hasta entonces. En el colegio no había el libertinaje de estos tiempos, por lo que no era fácil ponerse de novio, a pesar de que yo tenía cierta pinta. Además, con que solo un portero te pillara de la mano de alguna mina te suspendían sistemáticamente, y a ambos. Sin embargo, los imponderables de la vida quisieron que mi tía Melina viva en casa junto a mi madre y yo desde la navidad del 75. Melina era 5 años más joven que mi madre, y jamás fue necesariamente bella. Pero sonreía siempre, no salía al super sin pintarse los labios, usaba ricos perfumes, era graciosa, bastante directa y charlatana. En cambio mi madre era una mujer triste, apagada, silenciosa y de carácter fuerte. Aunque tenía cierta belleza que por momentos parecía molestarle a Melina. Más tarde supe que el acuerdo entre ellas para ...
    ... quedarse era que mantenga la casa limpia, se ocupe de la ropa, las plantas, las comidas y de mí. Entretanto mi madre trabajaba 8 horas como portera en un colegio distinto al que yo asistía, para proporcionar los ingresos del hogar. Para mí era un lujo llegar a casa del colegio y tener la leche con las tostadas listas, la manteca y la mermelada toda para mí, encontrar mi cuarto ordenado y la ropa limpia. Melina me ayudaba con los deberes. Cuando no tenía ganas y se la hacía difícil, ella me tironeaba de una oreja y me sentaba en su falda para dedicarnos juntos a completar ecuaciones o mapas. Como era delgadito no le hacía doler tanto las piernas. Casualmente una de esas tardes Meli me retó porque no había querido bañarme, y al parecer el olor de mis axilas la irritó al punto que me dejó en cuero, cerró mis carpetas y me llevó de un brazo al baño. Pero ocurre que de repente se detuvo a mirar mi entrepierna, y dijo: ¡¿vos ya tenés el pito parado pendejo?! No supe qué contestarle, aunque era cierto que lo tenía duro, y no le di importancia porque pensé que solo se debía a mis ganas de mear. Eso quedó allí nomás, y en cuanto ella se fue me duché, me vestí y volví a mis deberes escolares. Desde entonces, y con mis 18 años sentía la necesidad de tocarme el pito cada vez que encontrara un hueco. No quería que nadie me viera, a excepción de mi tía. Claro, en esas épocas no había información al alcance de la mano, y los adultos preferían no hablar del tema. Una tarde Meli me vio y me ...
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