1. Gárgolas


    Fecha: 27/07/2018, Categorías: BDSM Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    Ahí estaba yo sentado en un bar, escribiendo fragmentos al reverso de unos exámenes médicos que me habían entregado hace unas horas. Escribía sobre aquel lugar que se promocionaba virtualmente como “straight by day, gay by night”, escondido en una de las galerías de la avenida Nueva Providencia, antigua 11 de septiembre. Quedarme ahí, intentando plasmar cualquier cosa sobre papel, me servía como excusa para no retornar a casa. Un pelado musculoso y polera sin mangas atendía en la barra, haciendo una mueca idiota con su boca cada vez que le tocaba saludar a algún caballero. Le pedí un mojito y me dio dos, esa era la promoción permanente del local. En una de las mesas del fondo un grupo de hombres de camisa, corbata y zapatos lustrados cada cierto rato se reían explosivamente, recordando tal vez alguna antigua y repetida anécdota laboral. El ruido del choque de copas y vasos se mezclaba con antiguos hits de Depeche Mode, Erasure y Eurythmics. No pude escribir más que un par de líneas. Sólo pensaba en unos brazos grandes y velludos que me aprisionaran por la espalda, una respiración agitada en el cuello y pelos de barba rozándome los hombros, tal como había estado con un masajista durante esa misma tarde. Ya no deseaba escribir. Pagué y salí sin despedirme. Caminé un tanto desorientado por la Costanera, a un lado de la ribera del río Mapocho. Sin detenerme, saqué mi pipa y me puse a fumar. Sentados en alguna banca, apoyados en un árbol o afirmados en la reja que daba al cauce ...
    ... de excrementos, se encontraban los hombres que deambulan por la ciudad cuando cae la noche, moviéndose sin rumbo y alejándose siempre de los focos de luz. Pasé cerca de uno de ellos, retrasé un poco el paso y busqué su mirada. Me miró de reojo por un instante. Caminé un poco más y me di la vuelta. El individuo se había acercado a un árbol para orinar, mirándome mientras sacaba su pene del pantalón. Terminó y se mantuvo ahí, moviéndolo de un lado a otro, en círculos, hacia arriba y abajo mientras yo miraba concentrado sus maniobras y me mordía los labios. Me hizo un gesto con la mano y al segundo ya se lo estaba chupando. Estando ahí me preguntaba por qué lo hacía. Me lo saqué de la boca y miré hacia arriba: vi un rostro desfigurado, con los ojos inyectados en sangre y la piel llena de cicatrices. Seguí mamando al monstruo, pero a los pocos segundos me levanté y me despedí diciéndole que en realidad sólo andaba de paso. “No hueí, quiero tocarte”, expresó rompiendo el silencio con una voz que asemejaba a un infante, mientras una mano firme y peluda me intentaba agarrar el pene. Le di un no rotundo y continué mi camino. “No piense tanto, bonito”, me dijo el masajista luego de darme un último beso al salir de su departamento en el centro. Detectó que los dolores en mi espalda venían de la mente. “¿Estás enfermo de algo?”, me preguntó mientras pasaba sus manos por mis escuálidas piernas. “No lo sé”, le repliqué. Me pidió que me girara para darme la última parte del trato. Me empezó ...
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