1. Heil mama (Cap. 3)


    Fecha: 02/08/2018, Categorías: Incesto Sexo con Maduras Autor: DocJoliday, Fuente: CuentoRelatos

    Por la mañana no escuché el despertador. Me despertaron golpes en la puerta de mi habitación. Reconocí la forma de llamar de mi madre, golpes rápidos y no muy fuertes. Abrí los ojos y la claridad que entraba por las cortinas me los apuñaló sin piedad. Me dolía la cabeza, estaba sudado y un poco mareado. No había bebido tanto la noche anterior, pero debían habernos dado garrafón porque me sentía como una mierda. Tampoco contribuían a mi bienestar los confusos recuerdos de lo sucedido en casa de madrugada: el incidente con mi tía Merche y mi incursión en la intimidad de mi inocente madre. Conseguí reunir fuerzas para bajar la sábana hasta mi cintura y decir “Adelante”. Mamá debía llevar levantada horas. Ya estaba perfectamente peinada y vestida. Llevaba una blusa azul marino con ribetes blancos en el cuello, sin escote y de manga larga, y una sencilla falda hasta la rodilla de un rojo tan oscuro que casi parecía negro. Calzaba sus zapatillas de andar por casa, pues no se ponía los zapatos hasta que no estaba a punto de salir a la calle. —¿Qué pasa, dormilón? ¿No piensas ir hoy a clase? —Hoy no voy a ir. No me encuentro bien —dije. Tenía un poco de ronquera, lo cual me hizo sonar más convincente. Con su dulce cara de preocupación, mi madre se sentó en la cama y me miró. Al tenerla tan cerca me di cuenta de algo. Siempre llevaba su pelo rubio perfectamente recogido en un sencillo moño, pero esa mañana algo había cambiado. Se había dejado dos mechones sueltos, dos bucles dorados ...
    ... que le caían por las sienes hasta las mejillas. Por supuesto, le quedaba muy bien, estaba más guapa que nunca y hasta parecía más joven. Pero no me gustaba. ¿A qué venía ese cambio? ¿Por qué de repente quería estar más guapa? Seguro que había sido idea de su hermana. Se inclinó un poco hacia mí y me puso la palma de la mano en la frente. Olía muy bien. Mamá no usaba perfume, sino una suave colonia que olía a flores de azahar. Sin poder evitarlo, imaginé lo que había debajo de su austera vestimenta, lo que había visto la noche anterior en su dormitorio y lo que mi imaginación desbocada añadía. Por suerte, tenía la sábana arrugada a la altura de la entrepierna y no pudo ver que mi cipote se elevaba saludando al sol, a la bandera nazi de la pared y a la madre que lo parió (nunca mejor dicho). —No estás caliente —dijo de repente. —¿Qué? No, cla... claro que no. ¿Por qué iba a estar caliente? —Si tuvieses fiebre estarías caliente, ¿no? —replicó ella, tan inocente como siempre. —Ah, no, no estoy enfermo. Verás... Anoche era el cumpleaños de un primo de Chechu y nos tomamos unas copas —improvisé, mientras arrugaba todavía más la sabana para tapar mis partes innobles. —Así que resaca, ¿eh? Y un jueves. Hay que ver —dijo, en un tono menor de reproche. Yo no solía faltar a clase ni emborracharme entre semana, así que no le dio demasiada importancia —. Al menos podrás hacerle compañía a tu tía, que anoche también llegó a las tantas y aún no ha dado señales de vida. Debe estar igual que ...
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