1. La Cantina


    Fecha: 24/10/2017, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Los relatos que he estado leyendo me hicieron recordar mi primera vez, esta fue mi primera y única aventura, pero vale por cien. Si la memoria no me juega malas pasadas, podré hacer un relato completo, pero todo lo que voy a describir es rigurosamente cierto. Tenía yo 18 años recién cumplidos y trabajaba de mesero en un pequeño bar a las afueras de una ciudad fronteriza de la república mexicana. La paga no era muy buena, pero me ayudaba a llevar dinero para pagar mis gastos en casa de mis padres. Ya medía en aquel entonces 1.82 m (Todavía crecí otros tres centímetros). Soy ligeramente moreno cuando no me asoleo, y en ese tiempo no lo hacía, pues debido mi trabajo me desvelaba, levantándome tarde en consecuencia, sin desayunar me iba un par de horas a un maloliente gimnasio a la vuelta de la casa, regresaba, comía y me iba en bicicleta al trabajo. Este era prácticamente el único rato que me daba el sol y no pasaba de media hora. Los dueños eran un matrimonio joven (Recién ahora me doy cuenta, entonces los veía mayores), él tenía 28 años, de cabello rubio muy ralo, con grandes entradas, los ojos azules, de complexión robusta, no muy alto (como 1.78 m) y gallardo. Ella 24 años, cara angelical, alta y delgada (Espigada) medía como 1.72 m, usaba un tipo de ropa poco usual por estos rumbos, se vestía como en las películas gringas sale que visten las mexicanas, cubanas y brasileñas, blusa blanca sin botones, de las que los tirantes forman parte de la blusa y lo usan, no sobre ...
    ... los hombros, sino sobre los brazos con lo cual muestran un escote generoso, falda larga hasta el tobillo (Alguna vez escuché decir a un cliente que seguro tenía las patas chuecas y por eso no las quería enseñar). De pelo castaño y unos ojazos verdes como el mar en la ribera. Yo le tenía terror, pues me había tocado verla enojada, tanto con su marido, como con algún parroquiano atrevido, entonces sus hermosos ojos echaban lumbre. Además la veía con respeto, como una persona mayor, casi tan vieja como mi madre, según yo, por lo que no sentía ninguna atracción hacia ella, a pesar de que de vez en cuando, mientras me ayudaba a acomodar algún objeto o cargar algo, al agacharse enfrente de mí, mostraba generosamente sus lindas tetas. No usaba sostén, pues no lo necesitaba, ya que sus pechos eran muy firmes y mas bien pequeños, como si se hubiera puesto sobre el pecho dos pelotas de béisbol y las hubiera cubierto de piel, con aureolas pequeñas y pezones sonrosados pero estos si muy grandes, tan gruesos como mi dedo pulgar. Pero cada vez que aquello sucedía, yo volteaba a ver para otro lado, a pesar del imán de miradas que tenía yo enfrente, esto se debía a dos razones, en primerísimo lugar al pánico que me producía la sola idea de hacerla enojar y en segundo lugar, que como repito, la consideraba una persona mayor y en aquel entonces los jóvenes respetábamos a nuestros mayores. También me fascinaban sus pies, pequeños y de arco amplio, siempre calzados por unas finas sandalias que ...
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