Una de Romanos
Fecha: 07/09/2017,
Categorías:
Hetero
Autor: zipoton, Fuente: RelatosEróticos
El invitado debía ser importante, porque el dómine había convocado no sólo a todos los esclavos, sino también a todos los trabajadores y familia residente en la domus. Mesala tenía pánico a las recepciones con invitados del dómine. Sabía de su crueldad, sadismo y obsesiones varias. Había visto hombres morir asfixiados en su propia sangre, empalados por el ano por no haber querido ser sodomizados por algún ilustre invitado. Había visto hombres con sus órganos viriles amputados y servidos a los cerdos como manjar por no haber satisfecho a la mujer de otro huésped. Recordaba mujeres desgarradas y violadas por bestias animales por el hecho de no haber fingido lo suficiente con su dómine. Así, un sinfín de brutalidades que Mesala no podía olvidar. Cuando le vino su primer periodo, la virginidad de Mesala fue ofrecida como obsequio de pubertad al único hijo del dómine. Tuvo suerte, pues lo corriente era que la virginidad fuese perdida con el propio dómine y las niñas volvieran desgarradas y con traumas que tardaban años en olvidar. Sin embargo, Marco Tulio, el hijo del dómine era muy diferente a su padre, amable y simpático y en aquella época no era consciente de las atrocidades con las que su padre se divertía y agasajaba a sus amigos y socios. Además, Marco Tulio parecía más interesado en los miembros masculinos de sus convivientes que en los pechos de sus sirvientas, así que esa primera vez no fue dolorosa ni traumática para Mesala, sino todo lo contrario, dulce y armoniosa, ...
... un primer encuentro de su sexualidad con la contraria. Tan diferente era Marco Tulio que cuando cumplió los diecisiete, se fue de casa de su padre a recorrer las Galias, siendo el juguete sexual de un rico comerciante, según decían las malas lenguas de la domus. Cuando Mesala entró en la sala, ya habían llegado todos los miembros de la domus y el dómine, su familia y alguno de sus mejores amigos se encontraban charlando con el insigne invitado. Era un hombre joven, de unos veintitantos años, curiosa su vestimenta, impropia de un ciudadano romano o un liberto, más bien de un esclavo. Lucía solamente una pequeña prenda enrollada sobre su cintura que apenas tapaba su hombría y nalgas, calzado con unas sandalias que parecían nuevas por la viveza de sus colores y perfección de costura. Todo él estaba sobradamente bronceado lo cual hacía destacar aún más su larga melena rubia y cuidada. Pese a su altura y marcados músculos no parecía un luchador sino mas bien alguien a quien gustaba cuidar de su cuerpo. El único signo que denotaba su riqueza eran las joyas que portaba: grandes pendientes y brazaletes de oro macizo finamente labrados y colgantes con dientes de diversas fieras engarzados también en oro. Todo él era una escultura de lo que toda mujer entendería por el ideal de hombre. Al sentarse en su triclinium, Mesala pudo ver en todo su esplendor el miembro viril del invitado. Era, pese a estar en estado relajado, de buen tamaño y grosor, con la punta del glande asomando roja y ...