Interludio
Fecha: 17/08/2019,
Categorías:
Hetero
Erotismo y Amor
Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos
Le vio descender de la furgoneta desde la ventana y dirigirse hacia la oficina. Instintivamente soltó su hermosa melena color castaño, que siempre recogía en una coleta cuando trabaja, y comprobó su maquillaje en el espejo. Abrió el botón superior de la blusa, permitiendo intuir el nacimiento del canalillo –un toque sutil, pensó, sin vulgaridad– y decidió que su físico no estaba nada mal para haber cruzado ya la treintena. Se sintió un poco tonta por la excitación que le provocaba cada visita, como una colegiala aguardando al chico guapo del instituto. Hubo un momento, no hace mucho tiempo, en que creyó que no volvería a experimentar sentimientos así, sobre todo durante el proceso de divorcio. Se había refugiado en la dirección de la empresa, aislándose de todo aquello que pudiera volver a dañarla. Golpeó la puerta y entró sin aguardar respuesta, con esa seguridad sin petulancia que le caracterizaba. –¿Qué tal, Rosa? No era alto, pero poseía un cuerpo bien formado, fuerte, fibroso. Su escaso cabello cortado casi al rape le otorgaba un aspecto un tanto marcial. Para Rosa desprendía un irresistible aura de virilidad –al modo de un joven Bruce Willis o de Jason Statham, de modo que, cuando le tenía delante, debía reprimirse para no mirarle el paquete, fascinada por el considerable bulto que deformaba la bragueta. En más de una ocasión se había masturbado fantaseando con sus genitales, imaginando un pene largo, grueso y venoso, custodiado por unos grandes testículos colgando ...
... dentro de su rugosa y velluda bolsa escrotal. –Bien, Ernesto –le contestó disimulando un suspiro–. Parece que se nos adelanta el invierno. –Sí –respondió alcanzándole el albarán–. Hay que ver como ha enfriado. Al coger el papel sus dedos se rozaron y, por un instante, se miraron en silencio. A lo largo de los últimos meses Rosa se había preguntado si en sus diferentes encuentros la tensión sexual que se creaba entre ambos era sólo producto de su propia imaginación o era experimentada también por Ernesto. Algunos gestos de él, como esta mirada, le animaban a pensar que era un sentimiento compartido. –¿Te apetece un café? –Le preguntó para romper la tensión– Te ayudará a entrar en calor. –Claro –sonrió él–. Soy un adicto a la cafeína. Me lo tomaría incluso calado por un calcetín. –Me temo que el mío no es tan elaborado –río guiándole al reservado que se hallaba en la parte trasera de la oficina. Era una pequeña salita con un viejo sofá, un televisor, un microondas y una cafetera. Sirvió dos tazas y se sentó junto a él. –¿Qué tal tu padre? ¿Se ha acostumbrado a la jubilación? –¡Oh, sí! Demasiado bien. Se ha convertido en el rey de la pesca, y yo he heredado todos los problemas. –Te entiendo. No será fácil dirigir sola un negocio. Continuaron así, con una conversación ligera, intrascendente, eludiendo aquello que realmente querían decirse. La mente de Rosa fue paulatinamente desentendiéndose de las palabras, fijando su atención en los gestos de Ernesto, en el movimiento de sus manos ...