La hija de su amiga
Fecha: 13/11/2017,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Me llamo Daniel y voy por los treinta y tres; no soy guapo, pero según me dijo Laura hace cinco o seis años soy bastante atractivo. Le gustaban mis ojos verdes y mis canas las cuales me acompañaban cada vez en mayor número desde los dieciocho. Me gustó creerle; ella tenía cuarenta y muchos y estaba separada de un prestigioso ginecólogo. Era una mujer guapa y elegante y nos conocimos escuchando tangos en un pequeño agujero de la ciudad. Nos hicimos amigos; charlamos mucho, salimos a cenar alguna vez, bailamos y bebimos y ahí se quedó todo, nunca hubo sexo entre nosotros, pero sí una bonita amistad; luego ella se encoñó con un prestigioso abogado de su edad, también separado de su legítima. Por eso le creí, porque me lo dijo sin interés alguno. Me había dicho que no le interesaba sexualmente un tío con la edad de sus hijos. Volví a verla hace dos meses, en un caluroso sábado del verano, sentada en la terraza de un café; su rubio pelo pulcramente recogido en una coqueta coletilla, un ligero y ajustado vestido, que dejaba ver el comienzo de unos juveniles pechos y unas piernas bronceadas que se me antojaban suaves con sabor a café. Nunca la había saboreado pero creo que ella sabía a café. A su lado estaba una chica hermosa; era Claudia su hija. Nos presentó, charlamos, tomamos otra cerveza, decidimos cenar juntos esa noche los tres. Laura no tenía compromisos ese día, quería estar con su hija, que pasaba por un mal momento, había terminado la relación con su novio aquellos días; ...
... me gustó que así fuera. La cena fue muy agradable, los dos mujeres encantadoras, la comida muy rica, yo animadamente correspondiendo a las dos porque la verdad cada una por sí tenía suficientes méritos para ser deseada por mí. Me gustaban las dos, una por su juventud, la otra por su madurez. En un momento en que Claudia fue al baño, su madre me dijo que era la primera vez que veía disfrutar y reír a Claudia, desde que había roto la relación con su novio. Tal vez por eso, después de tomar unos cubatas y bailar varias canciones bien salseras, mamá dio por terminada la velada con el pretexto de estar cansada y alegando que su hija quedaba en buenas manos. (en mi mente apareció como Abrahám entregando a su hija en holocausto, pero a mi persona, que claro está trataría de dar buena cuenta de aquel tremendo cuerpo, de aquella hermosa carita, de aquella mente despierta y culta, tan simpática. También consideré que tal vez conocía bien a su hija y sabría que yo no tendría nada que hacer salvo pasarlo bien del mismo modo que hasta aquel momento). Laura se fue en su coche a casa, dejando conmigo aquella belleza, que ahora traía en su mano dos cubatas más y tras un gran trago, sin palabras, nos estábamos abrazando en el cadencioso baile de una cumbia que hablaba de una porra de matar caimanes. Con el roce del baile era mi porra la que podría matar un caimán y hasta una vaca, la tenía como el acero; dejamos de bailar y me senté sin disimular mi estado, de lo cual tal vez se percato ella ...