1. El reencuentro tórrido con Agica


    Fecha: 10/12/2017, Categorías: Incesto Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... acariciar mis pezones. La divertía verlos crecer y endurecerse. Los tomó entre sus labios de nuevo y sorbió. Mordisqueó, lamió. Sandra sabía que aquello me enloquecía. Lo sabía porque yo se lo dije la noche que hicimos el amor. Me estaba excitando. Notaba mi miembro revolverse y endurecerse entre mis piernas. Me miró a los ojos. Los míos estaban nublados por el deseo. También por esa dulce embriaguez que surge al escapar de una situación peligrosa de la que te salvas de milagro. Sus ojos mostraban una indecisión que se acentuaba en su ceño fruncido y sus párpados aún húmedos. Me di cuenta que, por una parte, Sandra se alegraba de tenerme a su lado. De encontrarme y tenerme sólo para ella. Una gran porción del amor que sentía por mi había sobrevivido esos diez años. Por otra parte, el rencor y la ira completaban la otra porción de amor destruido. Su cabello, todavía despeinado por el frenazo, hacía que varios mechones de su cabello colgasen entre sus ojos entornados. Su saliva los había humedecido en algún momento y ahora se habían acomodado en su cara, dotando a su rostro de una imagen de dulce perversidad. —Jamás dejé de quererte —dije sin pensarlo. Mis palabras sonaron tan sucias y desprovistas de sentido que recibí un nuevo tortazo. Acto seguido, sin dejar de mirarme, Sandra se quitó la blusa negra y su torso blanco, cuajado de pecas, igual a cómo lo recordaba, aún más bello si cabe, me deslumbró. Advirtió mi ensimismamiento. Jugó con él y se alejó de mi, volviendo a su ...
    ... asiento. —Tienes un avión que coger. ¿A qué hora sale? Miré con desgana mi reloj. No quería apartar la vista de su hermoso cuerpo. —Dentro de hora y media. Pero tengo que facturar una hora antes. Se soltó uno de los tirantes del sujetador, deslizándolo por su hombro. Redondeado, suave. —Tú verás. Quizá no haya una próxima vez —Se soltó el otro tirante. Sus pechos habían aumentado. A causa de su maternidad. O porque Sandra era como el buen vino. Llenaban las copas y la carne rebosaba con exuberancia— ¿Qué decides? —Eres mi hermana. —Eso no nos impidió acostarnos hace años. Yo te amaba. Y sé que tú a mi también. —Mateo... Se abalanzó como un relámpago sobre mí y me soltó otro tortazo. Me golpeé la cabeza contra el cristal. Cuando la miré de nuevo, frotándome la mejilla, había vuelto a su asiento, adoptando su posición original. Nada de Mateo. Vale. Supongo que tampoco nada de los niños. Me acerqué a ella despacio. Con el temor de que un imprevisible tortazo cayera nuevamente sobre mi. No muerdo. Me froté un pezón dolorido respondiéndola. No muerdo mucho —corrigió con una sonrisa traviesa. Besé sus labios. Respondieron al instante, abriéndose y dándome paso a su interior. Sus manos se escabulleron por mi espalda, bajo la camisa arrugada. Esta vez nuestro beso fue mutuo. Mi lengua entró en su boca sin recibir dentelladas. Solo saliva. Solo aliento. Mis manos bajaron hacia sus pechos y apreté la carne. Noté sus pezones endurecidos y la maleabilidad de una carne dispuesta. Tiré de ...
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