Mis últimas experiencias con desconocidos
Fecha: 27/12/2017,
Categorías:
No Consentido
Hetero
Autor: Ana Del Veliz, Fuente: CuentoRelatos
Desde hace un par de semanas que tengo el auto en el taller, y me veo obligada a desplazarme en taxis, o en transporte público. En este poco tiempo me sucedieron unas cuantas cosas que me gustaría compartir. Ya en mi relato anterior, el cual publiqué hace bastante tiempo (perdón por la demora a quienes prometí seguir compartiendo mis anécdotas), había explicado lo mucho que me atrae el riesgo y las situaciones límites. Esta actitud mía, de coquetear con el peligro, provocaron, hace varios años, que el portero del edificio donde vivía me viole. Esa era una de las fantasías más oscuras que tenía. Que alguien me tomé por la fuerza, y aquella vez logré concretarla. Luego, al pasar el tiempo, repetí varias veces esa perversa situación, volviendo locos a los hombres con mis idas y vueltas, hasta que se decidían a poseerme contra mi voluntad. Pero esta vez me voy a referir a lo que sucedió desde principio del mes pasado, hasta el día en que escribo estas líneas. Trasladarme hasta el centro para llegar al estudio jurídico donde trabajo siempre fue un caos. Y si cuando lo hago a bordo de la comodidad de mi vehículo con aire acondicionado, ya de por sí es tedioso, ni les cuento ahora que tengo que tomarme el bondi y el subte para ir de acá para allá. Para colmo, ahora que la feria judicial terminó, hay mucho trabajo, y como el cadete no da abasto, muchas de las diligencias debo hacerlas yo, ya que, a pesar de ser la secretaria del estudio, hace pocos meses que empecé, y parece que ...
... todavía no terminé de pagar el derecho de piso. El lunes de la semana pasada debí quedarme hasta tarde, haciendo llamadas y dando turno a los clientes. Ya eran las siete de la tarde cuando quedé libre. Estaba sola en la oficina, así que decidí asearme en el baño, tomándome mi tiempo. Me gusta salir bonita a donde quiera que voy, así que me maquillé, y me peiné prolijamente. Llevaba una pollera negra, elegante, no muy corta, pero sí bastante ceñida a mi cuerpo. Marcaba mi cola como a mí me gusta, y dejaba a la vista mis piernas, las cuales con los tacos altos parecían kilométricas. Decidí quitarme las medias, ya que hacía mucho calor. Una vez lista, salí a la calle en dirección a la parada de colectivos. A pesar de que la mayoría de las personas andan muy ajetreadas a esas horas, varios hombres se daban vuelta a mirarme, a medida que yo avanzaba por la vereda atestada de personas, y más de un conductor me tocó bocina, y me gritó cosas a las que no les di importancia. El colectivo que me llevaba hasta la estación de trenes iba bastante cargado. Hace rato que no viajaba en uno, y me incomodó un poco sentir los olores a perfume, traspiración y gracitud, condensados en un espacio tan pequeño. Un caballero me cedió el asiento, lo cual me alagó. Era un hombre que no pasaría de los treinta, con una frondosa barba negra, pelo largo, prolijamente despeinado, y tatuajes en los brazos. Parecía un rock star. Estaba buenísimo. Cuando se dio cuenta que lo miraba me sonrío. — Qué calor. — dijo. ...