Ángel de Florencia (Primera parte)
Fecha: 08/01/2018,
Categorías:
Incesto
Primera Vez
Autor: VenoMaliziA, Fuente: CuentoRelatos
Desde que mis padres se divorciaron cuando yo era niña, mi familia quedó rota en dos pedazos. Fue un caso conocido, incluso se tomó de ejemplo en derecho alguna que otra vez. Mi madre ganó mi custodia y mi padre se quedó con la de Allesandro. Mi madre y yo volvimos a Italia, y el trabajo de mi padre se los llevó al extranjero. Sus problemas me separaron de mi hermano gemelo y me destrozaron la infancia. Estábamos muy unidos. Cuando cumplí los dieciocho, era la típica adolescente fuera de control, bien pasada de rosca. Me saltaba las clases, bebía, fumaba y cambiaba de novia cada dos semanas. Nunca fui capaz de acercarme a un chico. No existían para mí desde que intentaba convencerme de que mi hermano y mi padre estaban muertos. Por supuesto que no lo estaban, pero era lo único que podía hacer para racionalizar lo que nos habían hecho. Era demasiado doloroso para mí. Y todo cambió de golpe. Mi madre había ido a recogernos a unas amigas y a mí de una fiesta particularmente salvaje. No tuvo otro remedio, íbamos tan borrachas que ni andando hubiéramos llegado. Solo recuerdo vagamente el estar metiéndole mano a Gabriella por debajo de la falda y su risilla en mi oído en el asiento de atrás, cuando otro coche se estrelló contra nosotras a 180 km/h. Solo yo sobreviví, dentro del amasijo de hierro al que quedaron reducidos los dos coches. A los pocos días, mientras yacía en el hospital, sedada y desorientada, alguien vino a verme. Desperté con el roce de una mano en la mejilla, ...
... con unos ojos verdes atravesándome hasta la misma raíz. Era la Muerte, era un fantasma. Allesandro. Mi ingreso se prolongó semanas, de las que solo recuerdo su sombra en el rincón. Entraba y salía de la realidad a golpe de anestésicos, sentía que esperaba mi alma para devorarla tan pronto abandonase mi cuerpo, que venía a cobrar venganza por los años de soledad. Un espectro vengativo, con el rostro de mi hermano. Hasta que me retiraron la morfina y pude ver que de verdad estaba allí, hojeando una revista. Fui genuinamente feliz. Esa felicidad inocente que nace del cariño sincero, de los recuerdos dulces y bonitos de la más tierna infancia. Y mi hermano se acercó a la cama y me abrazó con cuidado, me prometió que no estaría sola, que cuidaría de mí hasta que estuviese lista para viajar con él de vuelta a casa, con él y nuestro padre, fuera del país. Esa fue su promesa, protección y seguridad. Pero algo en la forma de apretarme contra él decía mucho más. Aun ignoraba las facetas oscuras de mi hermano, pero le bastó con acercarse a mí menos de un minuto para hacerme mojar las bragas. Ya de vuelta en mi piso vacío empezó la locura. Me daba la sensación de que se movía con deliberada lentitud, que lo hacía todo despacio adrede. La forma en que me acariciaba el brazo al sentarme en el sofá, cómo me pasaba el cepillo por el pelo, incluso cuando me ayudaba a entrar a la ducha y me sostenía la toalla apartando la vista. Intentaba razonar desesperada que aquello era porque estaba ...