Umbral I El Inicio del Desequilibrio - Relatos Eróticos

Umbral I El Inicio del Desequilibrio

... tocó.

Deslizó la mano abierta por su vientre, despacio. No bajó. Solo se detuvo justo sobre el ombligo. La palma cálida, firme.

—Aquí empieza tu centro.

Otra mano en su espalda baja.

—Y aquí lo pierdes.

La sostuvo así. Entre dos puntos. Como si marcara un eje invisible que solo él comprendía. Como si su cuerpo fuera suyo por completo y ella aún no lo supiera.

—Estás temblando.

—Sí —murmuró ella.

—¿Por qué?

—No lo sé.

Bruno rió, bajo.

—Sí lo sabes. Pero aún no te atreves a decirlo.

La soltó de golpe. Dio un paso atrás.

Sofía contuvo el impulso de buscarlo con las manos.

—Quítate la camiseta —ordenó.

Ella dudó.

—¿Aquí?

—¿Ves otra habitación?

Con las manos temblorosas, se llevó la camiseta por encima de la cabeza. La dejó caer al suelo. La venda seguía firme en su rostro.

Estaba en sujetador. Desnuda de palabras. Desnuda de intención.

Y eso era mucho más que estar sin ropa.

Bruno volvió a acercarse. Su pecho rozó su espalda. Su mano fue directa al sujetador. No para quitárselo. Solo para presionar, justo entre los omóplatos.

—Te quiero abierta —susurró en su oído—. El cuerpo relajado. La mente rendida.

—¿Qué vas a hacerme? —preguntó ella, apenas un hilo de voz.

—Lo que tú me dejes.

Y por primera vez, Sofía lo supo con claridad:

Iba a dejarle hacer lo que quisiera.

Porque ya lo estaba haciendo.

Sofía notaba el suelo frío bajo los pies, pero el resto de su cuerpo ardía. El centro del pecho le ...

... latía con una fuerza casi ridícula, y la venda negra seguía apretada contra sus ojos, borrando el mundo.

Estaba en sujetador. De pie. Con los brazos a los costados. Y Bruno detrás.

Sentía su respiración cerca. Su calor. Su control.

Y lo peor —o lo mejor— era que ya no luchaba contra eso.

—¿Sabes qué es lo más bonito de tu cuerpo ahora mismo? —le susurró él.

Sofía negó con un leve movimiento.

—Tu entrega —dijo Bruno—. Estás aquí, parada, vulnerable, y ni siquiera sabes qué te voy a hacer. Y aun así… sigues obedeciendo.

Sofía respiró hondo.

Y entonces lo sintió.

Su mano, directa, bajando por la espalda, deslizándose con lentitud hasta el borde del sujetador. No lo quitó. Solo lo levantó un poco. Rozó la piel debajo. Caliente. Sudada. Viva.

Luego, con la otra mano, le tomó la mandíbula y le inclinó la cabeza hacia un lado. Su boca se acercó a su cuello.

Y la besó.

El primer beso no fue suave. Fue controlado. Calculado. El contacto exacto entre sus labios y su piel, lo justo para hacerla temblar desde el cuello hasta la pelvis.

Sofía se mordió los labios.

—¿Estás bien? —preguntó él, sin alejarse.

—Sí —susurró.

—¿Quieres que pare?

—No.

Bruno se detuvo solo un segundo. Luego deslizó la mano derecha hasta el abdomen, pasando los dedos por la línea que separaba el sujetador de su piel, subiendo luego por el costado del pecho, sin tocarlo aún del todo.

La estaba explorando como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—Estás ...