El hambre con las ganas de comer
Fecha: 04/10/2017,
Categorías:
Primera Vez
Hetero
Autor: Dita Delapluma, Fuente: CuentoRelatos
-Vaya aburrimiento, ¿verdad, Rubio…? -Concéntrate, Andrés… - le reprendió Bruno. Le decían Rubio por su color de pelo, rubio oscuro, como el oro viejo. También era del mismo color la barbita que lucía, un círculo en su cara, que comprendía bigote y perilla y daba cierta maldad adicional a sus grandes y redondos ojos pardos, del color de la miel. Eran cerca de las doce y cuarto de la mañana y el sol brillaba con fuerza en el cruce donde trabajaban, Bruno en medio de la calle, dirigiendo el tráfico, con su uniforme azul oscuro y sus grandes botas, y Andrés en el coche camuflado, desde el cual podía hablar con Bruno por el intercomunicador que su compañero llevaba en la oreja. La verdad que no había demasiado tráfico, no era una calle principal, pero estaba justo al lado del colegio, y por eso solían poner patrullas allí. No obstante, Bruno, con su habitual mala leche, todo se lo tomaba en serio, aunque fuese dirigir el tráfico en una calle por la que pasaban uno o dos coches cada cinco minutos. Andrés se lo tomaba con mucha mayor calma. -No me digas que no te aburres. -Tú vigila. Cuando menos se espera, salta la liebre. - Y como si le hubieran oído, Bruno se volvió cuando oyó el motor de un coche, acercándose a lo que era a todas luces, una velocidad excesiva hasta para una autopista. Se trataba de un precioso coche rojo que no parecía tener ninguna gana de frenar en el cruce, pero de todos modo, Bruno alzó la mano para que se detuviera mientras pasaban los escasos peatones ...
... (en aquél momento, dos). El coche aceleró más aún. Bruno se llevó el silbato a la boca con la izquierda dando el alto con esa mano, y dirigió la derecha a su cinto. El coche rojo le sobrepasó volándole la gorra por la inercia, su silbato atronó toda la calle, se volvió siguiendo la trayectoria del coche y sacó el arma. -¡Bruno! – Todo había pasado. El coche se había detenido, derrapando, como veinte metros más allá del cruce, con una rueda destrozada de un balazo. Andrés ya debería estar acostumbrado a los expeditivos métodos de su compañero, pero resultaba ciertamente difícil hacerlo. Andrés colocó la sirena en el techo del coche y la accionó, yendo hacia el vehículo, igual que Bruno. El Rubio llevaba tal cara de cabreo que hubiera hecho huir despavoridos a una recua de hooligans rabiosos, ni siquiera oía los aplausos que le dedicaba la pareja de ancianitos que habían cruzado la calle. Andrés llegó a su altura y a la del coche rojo, a tiempo para ver por la ventanilla del mismo a un joven de menos de veinte años que luchaba ferozmente contra el cierre de su pantalón, mientras a su lado, una chica de su edad, se limpiaba la boca, y estaba roja como un tomate. -Señor… por favor… - cualquier orgullo que pudiera tener el joven, se había esfumado al darse cuenta que estaba frente a alguien que había usado un arma de fuego en una vía pública, sin ningún empacho. Bruno no pidió ni ordenó. Simplemente abrió de un tirón la portezuela del coche y sacó al joven cogido de la camiseta. ...