1. La vecina de Aldo


    Fecha: 24/10/2018, Categorías: Bisexuales Autor: cito63, Fuente: RelatosEróticos

    ... imperceptible cuando el dedo corazón embocaba su ya anegada vagina. Ya no cabían disimulos, me lancé a por su cuerpo como un desesperado. Mientras la mano izquierda continuaba explorando los recónditos rincones vaginales, la derecha se aplicó a desabotonar la bata, dejando su pezón derecho al alcance de mi boca ¡qué encuentro tan delicioso! Ahora ambas manos se aplicaban a trabajar aquella vagina que era ya un mar de deleites. El dedo corazón y el índice de la mano izquierda se enterraban en la húmeda cueva y la derecha se dedicaba al clítoris. Sandra jadeaba sin ningún recato, se contorsionaba ligeramente, y al fin se le escapó un ¡aaaaaahhhhh! prolongado, acompañado de ligeras convulsiones. Me incorporé y fui en busca de su boca para explorar con la lengua hasta el último rincón. –¡Aaaaaahhhhh! Me has hecho correr, dijo con las mejillas encendidas, después del persistente beso, y lo dijo como admirada. –Te estaría haciendo correr hasta el fin de los días. Me situé tras ella y la abracé tiernamente mientras con los labios y la lengua recorría cada centímetro de su cuello. Me bajé pantalón y calzoncillo, levanté su bata y mi pene palpitante se acopló entre sus muslos; presioné ligeramente en sus hombros y ella entendió al instante lo que debía hacer, apoyó los brazos en la mesa, se inclinó hacia adelante y sin demora mi sexo fue al encuentro del suyo, ¡que sensación más deliciosa!, indescriptible, creí que iba a perder el sentido; había soñado tantas veces con el momento ...
    ... que me parecía no ser capaz de asimilar lo que estaba sintiendo. Sandra lanzaba unos suspiros estremecedores, me puso una mano en la nalga, demandando más premura en la penetración, pero yo quería saborear cada milímetro de aquella sabrosísima vulva. Metía un poco, sacaba, le acariciaba los pechos, luego pasaba la punta babeante por el ano y volvía a embocar la vagina, así estuve un rato hasta que Sandra pareció desesperarse, presionaba hacia atrás, con la mano me presionaba las nalgas y sus jadeos parecían de yegua desbocada. Metí unos centímetros y con la mano derecha comencé a acariciarle el clítoris, mientras la izquierda continuaba aferrada a sus pechos. –Me estás matando, dijo en un susurro, a la vez que todo su cuerpo se convulsionaba y se le escapaban unos ¡aaaayyyeess! continuados. Yo estaba a punto de correrme. Enterré el mástil hasta el fondo, presionando cuanto me era posible, manteniendo un instante la presión, luego un movimiento rítmico de retroceso y embestida. Sandra continuaba emitiendo aquella especie de quejido ¡aaaahhhh!, ¡aaaahhhh!, ¡aaaayyy!, ahora más espaciados, que se colaban en mis oídos como una invitación al éxtasis supremo. Tuve la suficiente lucidez para retirarme en el momento justo y descargar los chorretones de semen sobre sus nalgas y espalda, también la bata se llevó su ración. –No había peligro, dijo al cabo de un rato, estoy tomando la píldora. –Te he puesto la bata perdida, dije yo, y también la espalda. –No importa, luego la lavo. Quizá ...
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