1. Preñada


    Fecha: 07/11/2017, Categorías: Voyerismo Infidelidad Autor: Arandi, Fuente: CuentoRelatos

    El sol comenzaba a esconderse en el horizonte tropical de Villa Paraíso; Alhelí estaba por terminar su jornada y su cuerpo debía saberlo. «Nomás termino de limpiar estas mesas y me voy a “culear”», eso debía pensar, por la expresión de su rostro que evidenciaba sus ansias de ya estar en casa. La joven no sólo era bella; dueña de una cara angelical y un cuerpo endiabladamente atractivo que los clientes no dudaban en comerse con la vista; sino que, también, poseía un candente temperamento sexual (claro que eso sólo pocos lo sabían de cierto). La muchacha era de sangre caliente. —¿De quién son estas nalgotas? — le decía Emilio, el afortunado esposo de tan cachonda mujer, mientras oprimía con furor las vastas y morenas carnes que su mujer usaba como asentaderas. —Tuyas mi amor, sólo tuyas — le respondía sonriente. Ambos se abrazaban desnudos, hincados sobre su cama. Emilio la sobaba y estrujaba. Ella reconocía con dedos ávidos la bien tonificada musculatura del delgado, pero fortalecido, joven. Él recorría los montes y valles de la tersa piel que formaba a su mujer. Cuando ya la tenía tendida en la cama, con las piernas bien abiertas y exponiendo su profuso y negro pelambre, el joven cónyuge le metía la lengua en la pepa, degustando de ella. —Ayyy... —expelía Alhelí. Emilio se abría paso, lingualmente, por el canal femenino, expresándole sin palabras, su más tierno amor hacia ella. —¡Eso mi amor... chupa! ¡Chupa, chupa! —le animaba ella. El amante esposo sólo se despegaba de ...
    ... esos labios para decir: —Por Dios que sabes delicioso. Luego volvía a su trabajo bucal. Ambos se casaron bien jovencillos, pues desde que se conocieron no resistieron las ganas de follar, y Alhelí salió rápidamente embarazada. Ya iba para el tercer mes. A pesar de su estado, copulaban tan frecuentemente como sus trabajos se los permitían. Entre más lo hacían más se apasionaban el uno por el otro. Alhelí no imaginaba verga más voluminosa y sabrosa que la de su marido y, a su vez, Emilio no tenía la necesidad de más mujer que la de su cachonda y voluptuosa señora. Por lo menos así parecía. Para Alhelí el sexo era una necesidad desesperada que tenía que matar metiéndose la “penca” de su joven esposo. De eso fui testigo y por eso lo digo. Mientras Emilio paseaba la punta y toda la extensión de su fuste por la húmeda raja de la joven morena, ella parecía pensar: «Lo adoro, lo adoro a él y a su verga... su linda verga». Y cuando por fin él entraba, a su mujer no podría vérsele más contenta. Los dos se movían con maestría, con la que les había traído los días y meses de novios y de casados. Verlos era como mirar a dos bailarines ejecutando una muy practicada coreografía. Los cuerpos se retorcían y reconocían; subían y bajaban; las carnes daban de sí sólo para inmediatamente tensarse; los pulmones aspiraban vigorosamente y luego exhalaban vaciándose por completo, sólo para volverse a llenar con el mayor ímpetu; todo a buen ritmo y sin pausa. —Tengo ganas de tenerte tras mis nalgas —dijo ...
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