1. Las bragas de mi cuñada


    Fecha: 05/03/2018, Categorías: Fetichismo Sexo con Maduras Autor: tanoferoz, Fuente: CuentoRelatos

    ... por un lazo que lo aferraba seguramente a las caderas. Verlo y sufrir una erección de caballo fue un sólo acto. No cabía en mí de la calentura que me provocó la visión, pero la calentura se acrecentó cuando acerqué la minúscula prenda a mi nariz y olí el exquisito perfume a hembra que emanaba. No me pude resistir y luego de impregnar mis fosas nasales de ese aroma, pasé la lengua por la tanga, por donde se apoyaba el coño de su usuaria y, también, por donde apoyaba el maravilloso culo que lucía su portadora. El glande se me había puesto henchido, colorado, caliente y absolutamente lubricado. Los huevos se me agarrotaron y la necesidad de eyacular, de expulsar todo el semen que había acumulado se hizo imperiosa. Sin sopesar los riesgos que ello implicaba, me envolví la herramienta con el tanga y me sacudí vigorosamente la verga, una dos, tres, diez veces, hasta que sentí, desde la espina dorsal, que era inminente la expulsión de toda la leche que hubiere querido echar en la boca de la hermana de mi mujer, explotando y derramándome sobre el pequeño tanga. Luego de acabar, dude entre enjuagar la mínima braga o dejar los vestigios de mi calentura impregnados en la misma y opté, especulando con la reacción de mi cuñada, por esto último. A la mañana, me levanté primero que todos, me ...
    ... fui a ducha, y observé que el tanga permanecía allí, pringado con mi lefa, ya seca. Espere en la cocina, mientras tomaba café que se levantara mi cuñada, para ver su reacción. Escuché que fue al baño, la vi salir con el atado de ropa para lavar y luego de saludarla, al igual que a mi esposa, que se acababa de levantar, me fui al trabajo. Por la noche, a mi regreso, estaba ansioso por ver la reacción de Margherita. Esta no dijo nada, pero me miró de una forma extraña, no de enojo, no de reproche, sin más bien, de cierta malicia, de cierta lascivia. Antes de ir a dormir, como siempre lo hago, volví a pasar por el baño y, oh sorpresa, en ésta oportunidad no había un atado de ropa sucia, sino, únicamente otro tanga, esta vez rojo y más pequeño aún, que volví a catar, advirtiendo que el mismo tenía un más marcado aroma y sabor, como si el descubrimiento del recuerdo que le había dejado en el otro tanga, hubiere provocado excitación en la hermana de mi esposa, la que partir de allí, todas las noches me dejaba sus recuerdos y yo, también todas las noches, le dejaba los míos en sus interiores. No pasó, en ese entonces, nada más que ese juego fetichista, pero entre las pajas hechas a la salud de Margherita y los polvos que le echaba a mi esposa, mis bajos estaban en perfecto entrenamiento. 
«12»