1. Historia del chip (038): Una nueva Kim (Kim 014)


    Fecha: 02/04/2018, Categorías: Dominación Grandes Relatos, Autor: chopin, Fuente: CuentoRelatos

    ... ojos de Roger, llenarse de sus fantasías de mujeres perfectas, inalcanzables. Si los días eran para la exhibición, las noches se volvieron intimistas. Kim aprendió a sugerir fetichismos, mostrar un erotismo menos felino y más orientado al disfrute sosegado de su amante. El corsé, largo y estrecho iba desde las caderas hasta la base de los pechos, elevándolos sin compasión desde un tubo estrecho a unas semicopas abiertas, ofreciendo sus tetas y obligando a Kim a tratar de alzarlas un poco y evitar los bordes, rellenos de pequeños salientes. Podía conseguirlo si respiraba con lentitud y desviando el aire a la zona de los hombros. La cintura, inmovilizada no podía ayudarla en eso. El atuendo al menos conseguía que los pechos y las caderas pareciesen mucho mayores. Tres pequeñas borlas, colgadas desde un aro rodeando el cuello. Terminaban en su escote y si se movían lo suficiente, sonaban al agitarse y rozaban los pezones, ofreciéndoles una mezcla de sensaciones: una era un amasijo de cuerda burda, suficiente para irritar. La segunda era metálica y provocaba en el pezón una sensación de frialdad, que lo endurecía más. Y la tercera era la más insidiosa, consistiendo en un agregado de rejillas de una fibra como la del hilo dental. En ocasiones un pezón terminaba penetrando en el interior de los huecos de la bola, rozando la fibra y obligando a agitar los pechos para soltarla. La propia Kim había ideado la tortura, adaptándose a las fantasías de Roger, después de haber leído sus ...
    ... escritos eróticos. Las borlas se movían después de cada nueva foto o si Kim deseaba una caricia en sus pezones. Un pequeño juego de voluntades se escondía tras ese desafío. Las gozosas puntas, esperando ansiosamente los dedos de su amo, y los impacientes dedos, queriendo volver a sus lugares preferidos. Kim debía usar sus pechos para impulsar las borlas y en el billar subsiguiente, excitar lo suficiente a Roger y obligarle a sucumbir a sus encantos. El precio, claro está, era alto: los pezones recibían el contacto eléctrico del metal, la caricia agobiante de la cuerda o el roce endiablado de la fibra, mientras la parte inferior de los pechos rozaban los salientes de las copas, tan cuidadosamente evitados durante unos minutos. Kim creía que el coste a pagar era bajo, pues Roger, a pesar de haber eyaculado después de la ducha de ella, no podía evitar su excitación. Se colocaba con las piernas debajo de las nalgas, cómoda, pues el colchón evitaba molestias a las rodillas. En los tobillos, unos amplios aros con unas borlas iguales a las que se escondían entre sus pechos. Las pelotitas se posaban en la planta de los pies, estimulándolos y torturándolos a partes iguales. Roger elegía una borla y la posaba suavemente excitando la suela maltratada por la arena. Antes o después terminaba moviéndose, provocándose a sí misma, las borlas de los pezones aleteando. *—*—* Ya llevaban dos meses en la isla y Kim empezaba a pensar que nunca había estado en otro lugar. Roger desaparecía durante ...
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