1. Era una de esas noches tórridas de verano


    Fecha: 28/05/2018, Categorías: Transexuales Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Me había ido a dormir temprano, la barahúnda, los golpes y las maldiciones que acompañan al camión de la basura me despertaron. Cuando levanté la mano y toqué mi frente, me di cuenta de que estaba empapada, mis cabellos bañados, liándose entre ellos en formas caprichosas sobre mis ojos como hiedra sobre la pared. Mi piel calada, engomada a las sábanas convertía la cama en algo angustiosamente acuoso. Era una de esas noches de verano en Barcelona singularmente tropicales, cuando las paredes arden, transpiran y su aliento cálido devora el aire del interior de las viviendas. Me asomé a la ventana buscando un poco de aire fresco, mojando de sudor un alféizar que no había conocido ni la humedad del agua ni la proximidad de una bayeta desde que me había trasladado hacía un año. El camión había desaparecido llevándose con él a la pequeña horda de tártaros dementes que lo alimentaba. De él tan solo quedaba un eco de cachiporrazos y un motor que se alejaba, un rumor sordo disipándose en el interior de las callejas de Ciutat Vella. Asomado a la ventana miraba sin ver la calle desierta, alumbrada por la luz pajiza de las bombillas de sodio de las farolas, adormecido por el ronroneo del tráfico en el Paral·lel, cuando un repiqueteo presuroso interrumpió mis ensoñaciones. Por un extremo de la calle aparecieron un par de travestís cabrioleando con prisa por una de las aceras, encaramadas en equilibrio inestable sobre brillantes zapatos con finos tacones de aguja. Lucían vestidos de vivos ...
    ... colores, terminados en escuetas minifaldas que, incluso en la distancia, realzaban apeteciblemente la rotundidad de sus culitos. Uno de ellos, una "mulatona" azabache de melena dorada, debía medir cerca de un metro noventa, tenía una hechura espléndida y bajo sus musculadas piernas de defensa central, los tacones se clavaban con poderío sobre el cemento de la acera. La otra travestí, que casi quedaba oculta bajo la sombra de su colega, mediría poco más de uno setenta, sin embargo, realzado por el blanco de su vestido, su cuerpo era la esencia concentrada y purificada de la lascivia. Me desvelé instantáneamente y desde la altura en que me encontraba me sentí fascinado por la perfecta cadencia de sus nalgas bamboleándose a uno y otro lado con frenesí, intentando mantener el paso, casi volando sobre la acera. Sin dudarlo, de un solo salto, desde la ventana entré en el dormitorio, me puse una camiseta de algodón, unos tejanos viejos, cogí la cartera y las llaves de casa y bajé trotando las enormes y solitarias escaleras hacia la puerta de entrada principal. En el silencio de la noche me asustaba oír el estruendo de mis propios pasos saltando los escalones de dos en dos. Intenté alcanzar a la pareja antes de que llegaran a la Ronda Sant Antoni. Quería tantearlas con alguna ocurrencia, preguntarles si estaban dispuestas a acompañarme a mi apartamento - por supuesto, si mi presupuesto me lo permitía -, y, quien sabe, si no llegábamos a un acuerdo, quizá obtener uno o dos besos de ...
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