1. La historia de Soraya


    Fecha: 08/07/2018, Categorías: Confesiones Autor: Peli, Fuente: CuentoRelatos

    ... cuatro días los pase encerrada en casa, esperando que sonara la puerta en cualquier momento y viniera la policía a llevarme presa. Al cuarto día mi antiguo patrón me llamo y me cito en su oficina para el jueves (jamás olvidare ese fatídico día). Y yo, por supuesto, me desplace para ir a verle al centro de la ciudad. En cuanto nos quedamos a solas en su gran despacho me sentó en una de las sillas y se acomodó en su enorme butaca. Me miró fijamente a los ojos y me dijo que no me había denunciado a la policía... ni tan siquiera le había dicho a su esposa lo sucedido. A ella le había contado que yo me había ido por propia voluntad buscando un empleo mejor. Acto seguido, y sin que aun hubiera asumido la grata noticia, me dijo que necesitaba una secretaria... y que había pensado en mí para desempeñar el cargo. Como comprenderán me quede de una pieza al oírlo. No atinaba a reaccionar, y solo supe preguntarle que porque. Él, como siempre, fue directo al grano. Me dijo que no solo estaba dispuesto a olvidar lo sucedido, sino a proporcionarme un empleo con un mejor horario y muchísimo mejor remunerado si aceptaba el puesto... y algunas normas “extras” aparte. No hacía falta ser adivino para saber a qué se refería, pero no pude evitar el preguntarle sobre esas normas “extras”... y él, sonriendo cínicamente, me lo dijo bien claro... SEXO. Me dio hasta el lunes para meditar su propuesta y me fui de allí con la cara roja como un tomate... y la cabeza dándome vueltas. Esos días apenas comí ...
    ... ni dormí... pero al final acepte su propuesta mintiendo a mi marido... y metiéndome de lleno en una nueva vida. Capítulo 2: Mi jefe, al que llamaremos Don Luis, es un empresario que viaja mucho por España, es moreno, fuerte, alto (mide 1´85) y tiene buena presencia. Eso, unido a su bella esposa y a sus hijos hacia que me planteara una y otra vez el porqué... ¿por qué a mi? Los primeros días se limitaba a mirarme, enseñándome mi nuevo oficio (el cual aprendí con mucha más facilidad de lo que ambos habíamos supuesto) y portándose de un modo tan cordial y ameno que a menudo olvidaba que mi contrato tenía cláusulas no escritas. Pero ya se encargó Don Luis de recordármelas en cuanto me amolde a la oficina. Las primeras veces fueron solo palmaditas en las nalgas y roces bastante evidentes, de esos que supongo que la mayoría de las empleadas ha recibido alguna que otra vez, pero cuando se dio cuenta de que yo aceptaba sumisa mi papel la cosa fue subiendo a más. Empezó por decirme que mi vestuario no era el más apropiado para la labor que debía realizar, y yo, abochornada, pues sabía que no podía permitirme un vestuario mejor, no supe que decirle... menos aun cuando a renglón seguido saco del armario unas cajas con una camisa de seda y una falda nuevas. Era ropa de boutique, cara y selecta, de esa que veía llevar a otras chicas empleadas de la oficina y suspiraba por poderme comprar. Antes de que pudiera agradecerle a Don Luis el inesperado detalle me dijo cuál era el precio a pagar ...
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