La vecina de Aldo
Fecha: 24/10/2018,
Categorías:
Bisexuales
Autor: cito63, Fuente: RelatosEróticos
La vecina de Aldo A veces las cosas suceden de la forma más inesperada; quizá cuando algo se desea ardientemente, hay unas fuerzas invisibles que actúan para encaminar los hechos en una u otra dirección. Me llamo Aldo y vivo con mis padres en un barrio tranquilo, tengo 22 años y estudio economía. Entre los vecinos del portal nada había digno de destacar, pero hace unos seis meses las cosas cambiaron, al menos para mí, cuando un matrimonio de recién casados se vino a vivir a la puerta de enfrente de la nuestra. A decir de la gente eran la pareja ideal, él alto, atlético, bien parecido, aunque un tanto huraño, y ella como la diosa de un cuadro de Julio Romero, cuerpo escultural y una cara morena preciosa. Los tres primeros meses (febrero-abril) coincidimos solamente un par de veces o tres; cierto que ella me pareció guapísima, de sonrisa fácil y cautivadora, aunque apenas había reparado en su cuerpo, oculto por la ropa de invierno, pero con la llegada de la primavera pareció abrirse como un capullo. Coincidimos un viernes, ella recogía la correspondencia del buzón y yo llegaba de la facultad, eran las tres pasadas. –Hola, dije. Buenas tardes. –Aún buenos días, respondió sonriente, si es la comida la que divide mañana y tarde. –Parece que ambos hemos apurado la mañana. Afortunadamente se acabó la semana. Llevaba una faldita corta, por debajo de la cual asomaban unos muslos que atraían mi mirada como dos poderosos imanes; el escote era discreto, aunque se entreveía ...
... perfectamente el nacimiento de unos senos redondos y duros y los pezones se recortaban bajo el suéter color canela; encima llevaba una chaqueta fina sin abotonar. –Sí, los viernes tienen eso, quiero decir que se hace más larga la mañana, pero hasta el lunes no hay que volver, dijo ella, y se dispuso a pulsar el botón del ascensor, quizá para huir de mi persistente mirada. Yo nunca subía ni bajaba en el ascensor, vivíamos en el segundo, pero esta vez no podía desperdiciar la ocasión de seguir contemplándola unos segundos más. A partir de ese día me las arreglaba para coincidir con ella todos los viernes, ya me había enterado que trabajaba en una consultoría y los viernes salía a las tres. Durante un tiempo me obsequió con la visión de sus hermosos muslos, otras veces se ponía unos pantalones ajustados y el escote un poquito más pronunciado, nunca exagerado, parecía medir con meridiana exactitud lo que debía dejar ver para que la imaginación del observador hiciese lo demás. Quizá desbordada por las miradas que le dedicaba, ya descaradas después de coincidir con ella unas cuantas veces, empezó a ser más recatada en el vestir. Eso poco me importaba, porque tenía dibujados en mi mente cada uno de sus rasgos y cada curva de su cuerpo. Me tenía fascinado y no encontraba el modo de hacerle alguna proposición por más que pensaba en ello. Ella se mostraba siempre correcta y distante, sin darme ocasión de declararle mis sentimientos. Ocurrió cuando empezaba a considerar que debía quitármela de la ...