La penitencia
Fecha: 29/10/2018,
Categorías:
Confesiones
Autor: fernandete, Fuente: CuentoRelatos
Bienvenidos a una más de mis historias. Ahora les escribo un encuentro prohibido que tuve con un sacerdote años atrás cuando tenía 27 y aún estaba soltera. En esa ocasión fui invitada como madrina de 1a Comunión de una sobrina. De acuerdo al protocolo eclesiástico debía confesarme antes del día de la misa así me di a la tarea de cumplir con ese requisito lo más próximo a la fecha de la celebración. Un martes por la tarde fui a la vicaría correspondiente para informarme sobre los horarios en los que podía recibirme el párroco para la confesión ya que se trataba de una pequeña capilla franciscana que no oficia misa todos los días. Al ingresar al inmueble se me hizo extraño no encontrar a nadie atendiendo, las instalaciones estaban vacías. Supuse que no tardaría alguien en regresar por lo que esperé en una banca a ver quién se aparecía. Unos 10 minutos después se abrió una puerta interior por la cual ingresó un hombre que me dio las buenas tardes. Al voltear mi mirada hacia él no pude evitar mi sorpresa al verle: el religioso era un hombre de 40 años aproximadamente, alto, moreno claro, abundante cabello lacio negro peinado hacia un lado, de rostro perfectamente simétrico, mentón cuadrado, afeitado impecable, ojos grisáceos y labios carnosos, iba ataviado en una camisa clerical gris de manga corta que dejaba ver unos fuertes brazos y un pantalón negro entallado que resaltaba todos sus demás atributos que a cualquier mujer le llaman la atención en un hombre. - “Buenas tardes ...
... hija, soy Ricardo, el presbítero de esta capilla, ¿en qué puedo ayudarte?” -pronunció el sacerdote con voz amable y varonil. ¡Madre mía! dije en mi mente de la grata impresión. Lo miraba casi babeando y con mi rostro sonrojado, él al ver mi reacción me invitó a pasar a su privado esbozando una radiante sonrisa. En una esquina del cubículo colocó dos sillas a modo que quedamos sentados uno frente al otro, nuestras rodillas casi se tocaban. Comencé a decirle el motivo de mi visita y él no me apartaba la vista de encima, me observaba de arriba abajo, hasta lo pillé dándole una ojeada a mi escote. Lejos de hacerme sentir incómoda con su mirada lasciva me comencé a excitar, la verdad desde el primer instante lo encontré increíblemente atractivo. Mis ojos solo veían al hombre, no al religioso. Le pedí me confesara en ese momento, pero se rehusó alegando que ya era tarde, así que programé una visita para dentro de una semana. En el transcurso de los siguientes días anduve muy inquieta, no dejaba de pensar el encuentro programado y fantaseaba por las noches con el sacerdote en situaciones de mucho morbo por ejemplo que me obligaba a verlo hacerse una paja, que me violaba en una cripta oculta debajo del templo, que entre él y un monaguillo me follaban al mismo tiempo, en fin, muchísimas variantes lujuriosas y altamente pecaminosas. Se llegó por fin el día de la cita y me presenté a la hora indicada. La vicaría no estaba abierta como la vez anterior, tuve que tocar el timbre varias veces ...