Esclava y sumisa
Fecha: 28/11/2018,
Categorías:
Confesiones
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
Hace 4 años mi familia y yo nos mudamos a Colegiales, porque en nuestro La Pampa natal no había laburo ni grandes posibilidades de progreso. Mi marido Ernesto es camionero y yo docente, y es sabido que en el interior los sueldos son una miseria. Además tengo hijos con necesidades y no es sencillo. Mateo tiene 18 y es hijo de mi anterior matrimonio. Ernesto nunca hizo diferencias entre él y nuestros hijos en común, que son Lucas de 7, Nancy de 4 y Santino de 2 añitos. Justamente cuando nació Santi, decidimos emplear a una niñera para que me ayude con los quehaceres de la casa, ya que terminaba agotada entre el bebé y algunas horas particulares de ayuda escolar que daba en la casa de una amiga también maestra, y las 4 horas en una escuela privada. Lo hablé con mi marido y estuvo de acuerdo en darle la oportunidad a Lurdes, una chica de 18 que se ofrecía siempre para limpiar casas, mantener jardines o para hacerle las compras a los viejitos. A pesar de sus carencias jamás abandonó los estudios, cosa que nos complacía. Los primeros días no hubo mayores complicaciones. Pero la tercer semana, no sé por qué extraña razón tuve un sueño con ella, el que tal vez fue el disparador para que mi mente descarrile. Soñé que Ernesto un día llegaba cansado. Ella se quedaba en tetas para que se las manosee, y en breve él le encajaba su pija en la boca. Lurdes en ese momento era dueña de unas gomas interesantes. Es morocha de ojos negros, flaquita pero piernudita, con poca cola pero re gauchita ...
... para el trabajo. Nunca le impusimos ninguna exigencia. Solo que sea puntual y que nos avise si algo le ocurría cuando no venía. Creo que me gustaba su aspecto de chica desprolija, despeinada, a veces con cara de dormida, con calcitas apretadas y con agujeritos, con algunas remeritas manchadas y con olor a cigarrillo en el pelo. No usaba perfumes ni se maquillaba, por lo que su aroma era natural. Como siempre estuvo dispuesta a trabajar lo que sea necesario para ganar más, pasaba mucho tiempo en casa. Me gustaba ver cuando jugaba de manos con Mateo, que a veces se zarpaba y le pegaba en el culo. Yo lo retaba, y él no lo seguía haciendo. Realmente me calentaba ver esa escena, o a ella ir y venir acalorada, agachada fregando los pisos, o subida arriba de una silla limpiando los vidrios, porque siempre se le veía la tanguita. Ella no lo intuía, pero mi cerebro se regocijaba al humillarla. Por ejemplo, cuando limpiaba el cuarto de los niños y se encontraba con calzones usados de Lucas o de Nancy, cuando me preguntaba si todo estaba para lavar, se los hacía oler para que lo compruebe. También le hacía oler las sábanas, aveces mi ropa y los bóxers de Ernesto, por más que estuviesen limpios. Me enternecía mirarla cambiarle el pañal a Santino, y preparar la mamadera. Cada vez que lelgaba o se iba, le revisaba el bolsito que traía. Siempre fue decente y jamás nos robó nada. De hecho, solo tenía caramelos, puchos, una bombacha, toallitas, un pañuelo de tela, algunas monedas y un celular ...