Buenas noches, princesa
Fecha: 06/12/2018,
Categorías:
Confesiones
Hetero
Autor: Joey Gabel, Fuente: CuentoRelatos
... vaticina el final. Las prácticas onanistas al inicio de cada sesión se convirtieron en casi un ritual. Mi obsesión por Dolores crecía a un ritmo pasmoso y temía que acabase por hacerme perder el juicio. Viéndola cada día tan solo se me ofrecían dos opciones: enloquecer o enloquecerla. Fue ella misma quien me brindó la oportunidad de motivar la segunda. Nuevamente se encontraba haciendo caso omiso de mis explicaciones, esta vez sumida en una lectura. Tal era su abstracción que no llegó a percatarse de mi presencia, de aquella mirada fugaz al contenido de su libro, tras la cual me dispuse a pronunciar en voz alta: “…He hecho algo terrible y Lo siento mucho. —Has hecho un trabajo terrible, terrible— dice mi antiguo jefe En su Honda Cuando meto su polla en mi boca —es todo lo que me queda…” Las risillas nerviosas fueron imposibles de contener, las exclamaciones se perdieron en el murmullo y la expresión de su rostro, ligeramente colorado, se debatía entre la sorpresa y la rabia. —Curiosa elección. Quisiera hablar contigo después de clase —dije adoptando un tono severo para guardar las apariencias. ¿Debía anotar un tanto a mi favor? A pesar de la creciente excitación, continuaba siendo consciente de lo desaconsejable que era precipitarse. Había cambiado su indiferencia por odio, tan solo el primer paso, el más costoso. Pronto el reloj marcó las tres. Apenas un parpadeo y nos quedamos solos, frente a frente. La rabia se tornó en indignación y avanzaba decidida a… ¿importa eso? No ...
... llegué a saber que iba a decirme, la detuve antes de que pudiera articular palabra. —Lo sé, soy un capullo —esto dejó a Dolores algo desconcertada durante unos segundos, aunque sin borrar aquel gesto de indignación con el que se dirigió a mí—. Soy un capullo integral y tú acabas de hacérmelo ver. Poco a poco me he ido convirtiendo en el tipo de maestro que siempre he odiado. Una criatura patética que os culpa a vosotros de su propia incompetencia. ¿Te gustaría añadir algo más? —No —titubeó—. Todo está… bien. Nuevos cambios en la concepción que tenía de mí, tan solo necesitaba darle una última cosa en que pensar. —Por cierto, Dolores. Me bastó con leer el título del poema. BINGO. La sonrisa que se dibujó en sus labios fue suficiente para darme por satisfecho. El inicio de una dulce tortura. Al principio tan solo se trató de pequeños gestos: ocupar un asiento en la primera fila, abordarme en los pasillos con cualquier pretexto… hasta que decidió comenzar su juego. Recuerdo que regresaba a casa, había sido un día duro. Estaba exhausto, las farolas iluminaban débilmente la calle y se escuchaban a lo lejos sirenas de policía. Aceleré el paso al doblar la esquina hacia mi piso, pues creí verla. Y en efecto, allí estaba, cruzando frente a mi portal con aire despistado. —Vaya, que sorpresa —exclamó mientras se acercaba a saludarme. Primera mentira. —Lo cierto es que sí. No esperaba ver a una alumna por aquí a estas horas. —Bueno, me gustan los paseos nocturnos, descubrí hace poco que ...