Conservando la Inocencia
Fecha: 12/12/2018,
Categorías:
Gays
Autor: Piyero, Fuente: SexoSinTabues
... adolescentes ganaron la pelea contra la razón, al menos contra los ideales que me habían inculcado, y cuando Carlos vino a jugar un rato en la computadora, yo estaba decidido a dejar que pasara, si él buscaba juego nuevamente. Se sentó en un mueble junto a mi y coloqué un juego que no recuerdo, pero uno que a él le gustaba, y comenzamos a jugar sin decir mucho. Mi familia estaba en la sala charlando con su madre. El sudor me recorría la frente y mi miembro permanecía en un estado intermedio entre la flaccidez y la erección. Sentía que me mareaba, no sé si de exceso de hormonas, perdía por momentos el control de mis extremidades y respiraba entrecortado. Le saqué el tema esta vez yo, preguntando detalles de lo que había pasado, cuando, como y con quién. Fue entonces cuando me confesó, para mi inocente sorpresa, que el que lo había enseñado era su primo Alejandro, de once años. Mi consciencia bloqueó las fantasías que se ramificaron de esa revelación y no permitieron que penetraran mis pensamientos en ese instante. Llegó el momento en que un silencio eróticamente tenso se apoderó de mi habitación, roto solo pro las risas adultas en la sala de estar. Carlos me vio y sonrío, y luego vio mi pene totalmente erecto, sin ningún tipo de disimulo, y le sonreí nuevamente. Jugamos un poco más. Mientras mi piel tierna hormigueaba de anticipación, escuchando a los adultos con desespero, viendo a Carlitos de reojo, claramente más relajado que yo. El chico ocho años menor que yo y yo más ...
... virgen que él. En un momento si mano dejó el mouse, y yo lo tomé para disimular, y sus deditos bajaron hasta mi entrepierna, a mis doce centímetros de verga endurecida, y la electricidad más intensa y sexual recorrió mi cuerpo. Nunca había sentido nada igual, ni siquiera al masturbarme, quizás ni siquiera al tener un orgasmo. Sentía una energía que luchaba por salir de mi miembro, por moverse, por tomar control. Tensé mi esfínter y mi pene saltó, Carlos sonrío, yo me mordí los labios y el hormigueo se extendió por mi cuerpo mientras él presionaba. Sencillamente apretando la vara infantiloide que tenía en su poder. Retiró la mano al escuchar peligro. Esperó. Volvió a tocarme. Yo me atreví menos que él, y lo toqué pocas veces. A mis cuatro años nunca fui consciente de mis erecciones, pero este niño tenía una, más bien pequeña, pero al tacto incluso más dura que la mía. De pronto se levantó, miró hacia a sala y se acercó a mi oído. –Quiero verlo –me susurró. Yo volteé a la sala y vi a mi familia en su mundo adulto separado al nuestro. Pero no me atreví. Pasó media hora y los adultos se retiraron ver la noche, las estrellas, o que se yo. Hubo una ventana, un silencio, un suspiro de soledad que sabía que duraría poco. Desesperado, me puse de pié, revisé, no había nadie. Me acerqué a Carlos, con manos temblorosas, mi piel lampiña sudorosa, respirando pesadamente, sintiendo que mi visión se nublaba y que toda mi sangre alimentaba el monstruo sexual entre mis piernas, el pequeño ...