Una prueba de amor
Fecha: 15/12/2018,
Categorías:
Dominación
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Hace un año que conocí a Ricardo. El es doce años mayor que yo y tenía mucha más experiencia en esto del sexo. Mientras, pordría decirse que yo prácticamente era virgen, el había estado con muchas mujeres y lo había probado todo, o eso creía él hasta que me conoció. Tal vez fue mi inexperiencia y curiosidad por saberlo todo lo que le hizo a él investigar nuevas cosas. Le gustaba que yo fuese obediente en todo momento y que no protestase ante ninguna cosa que me hiciera. Y estoy hablando tanto de sexo como de la vida cotidiana. Por muy descabelladas que fuesen las cosas que me pedía yo debía obedecerle. Dejé de llevar sostén, sólo llevaba bragas si él me lo permitía, tenía que dormir desnuda (yo vivía con mis padres, y eso es un riesgo), no me dejaba tener pelo en el coño y tuve que acostumbrarme a llevar faldas (prenda que no era de mi devoción) para que me pudiese follar cómoda y rápidamente en cualquier momento. Yo acepté todas estas normas sin rechistar, aunque al principio me costaba un poco acostumbrarme, y me llevé algún que otro castigo, principalmente latigazos y azotes. Al poco tiempo nos dimos cuenta de que practicabamos el sadomasoquismo, y nos encantó a los dos. Él era el amo y yo la sumisa esclava que debía complacerle en todo, incluso llegué a firmar un contrato de sumisión. No sé si fue él quien me emputeció o simplemente sacó la puta que ya llevaba dentro. Practicábamos sexo duro, sin nada de ñoñerías ni romanticismo porque, como a él le gustaba mucho ...
... decir, esa sumisión ya era una prueba de amor. Y parte de esa relación sado fue saliendo de nuestra vida sexual para meterse en nuestra vida cotidiana. Ya no era sólo obedecer sus extrañas peticiones, sino que tenía que soportar sus humillaciones públicas. Con mucha frecuencia empezaba a reñirme e insultarme en la calle o ante amigos sin venir a cuento. Yo tenía que saber reaccionar y pedirle perdón por mi conducta, no podía en ningún caso replicarle. Llegó a escupirme a la cara y a hacerme llorar de vergüenza. Podía insultarme tanto porque estaba contenta como porque estaba triste; porque llevaba una falda larga o porque la falda era corta; porque había mirado a un amigo y me estaba insinuando para fallármelo; incluso una vez nada más llegar a una cita me insulta por haber cobrado tan poco a un cliente. Todo eran riñas inventadas, pero yo tenía que tragar. Me daba un punto de rabia y excitación que me hacían desearle más. Pero a donde quiero llegar, es a una humillación física. Un día me citó en un hotel para parejas a las afueras de la ciudad donde solíamos ir. No vi nada extraño en ello. Es un hotel donde cada habitación es una casita independiente con garaje , todo muy aislado. Cuando entré en la habitación había tres personas, entre ellas no estaba Ricardo. Me quedé muy fría, hice ademán de irme pero antes pregunté si estaba allí Ricardo. Ellos me llamaron por mi nombre Paloma, y me dijeron que no me fuese ni me preocupase por Ricardo. Me quedé de piedra. Nunca habíamos ...