1. El metro


    Fecha: 22/02/2019, Categorías: Voyerismo Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... situación nos provocaba aún más, con lo que no nos sorprendimos cuando a la vez que nos masturbábamos con nuestros labios nos introdujimos el uno al otro un dedo en tan prohibido lugar. Creía que me iba a correr enseguida con semejante contacto, una sensación de placer inmenso me embargaba con un dedo en mi ano, era alucinante, increíble. Nos agitábamos buscando el mayor placer posible, nuestras caderas se agitaban en un ritmo endiablado, no podíamos parar de gemir de gritar ni de besar al otro. Me incorporé de un salto, no quería correrme, la agarré de la cintura y la volteé, poniéndola en cuatro sobre la cama. Me puse detrás de ella, la acaricié el clítoris mientras le metía dos dedos en su vagina, cuando empezó a gemir y a mover las caderas me enderecé, con la otra mano guié mi miembro hacia su más prohibida entrada y empecé a empujar. Ella gritó y me exigió que me retirara, pero como yo no paraba con mis caricias y mi miembro estaba simplemente apuntado en la entrada pronto dejó de quejarse. Mi erección estaba provocando que a medida que ella movía las caderas para notar más las caricias en su clítoris yo me fuese introduciendo lentamente en ese lugar tan estrecho. Me apretaba mi miembro con una fuerza tremenda. Entonces cuando estaba ya la mitad dentro de ella nos paramos. Seguí besándola, acariciándola, la pregunté. -"¿Te duele?; - Al ...
    ... principio sí pero ahora...". Se interrumpió con un gemido. Esto era muy diferente a todo lo que se considera "sexo normal", era excitante, novedoso y muy, muy intenso. Gemíamos sin parar y ya nos movíamos muy rápidamente, nuestros cuerpos chocaban con un ruido húmedo, provocado por nuestro propio sudor, nuestros propios jugos. Gritábamos, y nos embestíamos ya sin miramientos. Tú llegaste al orgasmo la primera y las contracciones de tus músculos hicieron que me desplomara encima de ti presa de unas convulsiones tremendas. Estuvimos desmadejados en la cama durante un tiempo indeterminado. No podíamos creer lo que nos había sucedido. El deseo se había apoderado de nosotros y nos había provocado que gozáramos como nunca del sexo, del cuerpo, y de la lujuria. Cuando logramos recuperar la conciencia nos levantamos para ir a lavarnos un poco. En la ducha nos jabonábamos el uno al otro suavemente, con nuestros intimidades suavemente enrojecidas nos acariciamos bajo la tibia ducha, suavemente nos besamos, nos acariciamos e hicimos el amor suave, lentamente sentados en la bañera, mientras el agua caía a nuestro alrededor. Ella estaba encima de mí y se movía lentamente, no teníamos prisa. De este modo tan suave, tan retardado, alcanzamos el orgasmos, un placentero y lento orgasmo que nos sacudió de los pies a la cabeza tensando para luego relajar todo nuestro cuerpo. 
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