1. LA HISTÓRIA DE MONTSE FERNANDEZ


    Fecha: 07/03/2019, Categorías: Sexo en Grupo Sexo Duro Voyerismo Autor: reininblack, Fuente: xHamster

    ... nuestraorden, que disponen que toda clase de juegos han de practicarse en común.—Tomadla entonces —refunfuñó el aludido—. Todavía no es demasiado tarde. Iba acomunicaros lo que había conseguido cuando...—. . . cuando la deliciosa tentación de esta rosa fue demasiado fuerte para ti, amigonuestro —interrumpió el otro, apoderándose de la atónita Montse Fernández al tiempo que hablaba, eintroduciendo su enorme mano debajo de sus vestimentas para tentar los suaves muslos deella.—Lo he visto todo al través del ojo de la cerradura —susurró el bruto a su oído—.No tienes nada qué temer; únicamente queremos hacer lo mismo contigo.Montse Fernández recordó las condiciones en que se le había ofrecido consuelo en la iglesia, ysupuso que ello formaba parte de sus nuevas obligaciones. Por lo tanto permaneció en losbrazos del recién llegado sin oponer resistencia.En el ínterin su compañero había pasado su fuerte brazo en torno a la cintura deMontse Fernández, y cubría de besos las mejillas de ésta.Ambrosio lo contemplaba todo estupefacto y confundido.Así fue como la jovencita se encontró entre dos fuegos, por no decir nada de ladesbordante pasión de su posesor original. En vano miraba a uno y después a otro endemanda de respiro, o de algún medio de escapar del predicamento en que se encontraba.A pesar de que estaba completamente resignada al papel al que la había reducido elastuto padre Ambrosio, se sentía en aquellos momentos invadida por un poderososentimiento de debilidad y de miedo hacia ...
    ... los nuevos asaltantes. 26 de 107Montse Fernández no leía en la mirada de los nuevos intrusos más que deseo rabioso, en tanto quela impasibilidad de Ambrosio la hacía perder cualquier esperanza de que el mismo fuera aofrecer la menor resistencia.Entre los dos hombres la tenían emparedada, y en tanto que el que habló primerodeslizaba su mano hasta su rosada vulva, el otro no perdió tiempo en posesionarse de losredondeados cachetes de sus nalgas.Entre ambos, a Montse Fernández le era imposible resistir.—Aguardad un momento —dijo al cabo Ambrosio—. Sí tenéis prisa por poseerlacuando menos desnudadla sin estropear su vestimenta, como al parecer pretendéis hacerlo.—Desnúdate, Montse Fernández —siguió diciendo—. Según parece, todos tenemos quecompartirte, de manera que disponte a ser instrumento voluntario de nuestros deseoscomunes. En nuestro convento se encuentran otros cofrades no menos exigentes que yo, ytu tarea no será en modo alguno una sinecura, así que será mejor que recuerdes en todomomento los privilegios que estás destinada a cumplir, y te dispongas a aliviar a estossantos varones de los apremiantes deseos que ahora ya sabes cómo suavizar.Así planteado el asunto, no quedaba alternativa.Montse Fernández quedó de píe, desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes, y levantó unmurmullo general de admiración cuando en aquel estado se adelantó hacia ellos.Tan pronto como el que había llevado la voz cantante de los recién llegados —elcual, evidentemente, parecía ser el Superior ...
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