LA HISTÓRIA DE MONTSE FERNANDEZ
Fecha: 07/03/2019,
Categorías:
Sexo en Grupo
Sexo Duro
Voyerismo
Autor: reininblack, Fuente: xHamster
... regordeta y blanca pierna de unajovencita de alrededor de catorce años, el sabor de cuya sangre todavía recuerdo, así comoel aroma de su... pero estoy divagando. 2 de 107Poco después de haber dado comienzo tranquila y amistosamente a mis pequeñasatenciones, la jovencita, así como el resto de la congregación, se levantó y se fue. Como esnatural, decidí acompañarla.Tengo muy aguzados los sentidos de la vista y el oído, y pude ver cómo, en elmomento en que cruzaba el pórtico, un joven deslizaba en la enguantada mano de lajovencita una hoja doblada de papel blanco. Yo había percibido ya el nombre Montse Fernández,bordado en la suave medía de seda que en un principio me atrajo a mí, y pude ver quetambién dicho nombre aparecía en el exterior de la carta de amor. Iba con su tía, unaseñora alta y majestuosa, con la cual no me interesaba entrar en relaciones de intimidad.Montse Fernández era una preciosidad de apenas catorce años, y de figura perfecta. No obstante sujuventud, sus dulces senos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las queplacen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suavecomo los perfumes de Arabia, y su piel parecía de terciopelo. Montse Fernández sabía, desde luego,cuáles eran sus encantos, y erguía su cabeza con tanto orgullo y coquetería como pudierahacerlo una reina. No resultaba difícil ver que despertaba admiración al observar lasmiradas de anhelo y lujuria que le dirigían los jóvenes, y a veces también los ...
... hombres yamás maduros. En el exterior del templo se produjo un silencio general, y todos los rostrosse volvieron a mirar a la linda Montse Fernández, manifestaciones que hablaban mejor que las palabrasde que era la más admirada por todos los ojos, y la más deseada por los corazonesmasculinos.Sin embargo, sin prestar la menor atención a lo que era evidentemente un suceso detodos los días, la damita se encaminó con paso decidido hacia su hogar, en compañía de sutía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. No diréque la seguí, puesto que iba con ella, y pude contemplar cómo la gentil jovencita alzabauna de sus exquisitas piernas para cruzaría sobre la otra con el fin de desatarse laselegantes y pequeñísimas botas de cabritilla.Brinqué sobre la alfombra y me di a examinarla. Siguió la otra bota, y sin apartar unade otra sus rollizas pantorrillas, Montse Fernández se quedó viendo la misiva plegada que yo advertí queel joven había depositado secretamente en sus manos.Observándolo todo desde cerca, pude ver las curvas de los muslos que sedesplegaban hacia arriba hasta las jarreteras, firmemente sujetas, para perderse luego en laoscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reunían con su hermoso bajovientre para casi impedir la vista de una fina hendidura color durazno, que apenas asomabasus labios por entre las sombras.De pronto Montse Fernández dejó caer la nota, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad deleerla también. ...