LA HISTÓRIA DE MONTSE FERNANDEZ
Fecha: 07/03/2019,
Categorías:
Sexo en Grupo
Sexo Duro
Voyerismo
Autor: reininblack, Fuente: xHamster
... los incautos. Me he dado cuenta de este defecto original mio, y con un almaque está muy por encima de los vulgares instintos de los seres de mi raza, he ido escalandoalturas de percepción mental y de erudición que me colocaron para siempre en el pináculode la grandeza en el mundo de los insectos.Es el hecho de haber alcanzado tal esclarecimiento mental el que quiero evocar aldescribir las escenas que presencié, y en las que incluso tomé parte. No he de detenermepara exponer por qué medios fui dotada de poderes humanos de observación y dediscernimiento. Séales permitido simplemente darse cuenta, al través de miselucubraciones, de que los poseo, y procedamos en consecuencia. 3 de 107De esta suerte se darán ustedes cuenta de que no soy una pulga vulgar. En efecto,cuando se tienen en cuenta las compañías que estoy acostumbrado a frecuentar, lafamiliaridad conque he conllevado el trato con las más altas personalidades, y la forma enque trabé conocimiento con la mayoría de ellas, el lector no dudará en convenir conmigoque, en verdad, soy el más maravilloso y eminente de los insectos.Mis primeros recuerdos me retrotraen a una época en que me encontraba en elinterior de una iglesia. Había música, y se oían unos cantos lentos y monótonos que mellenaron de sorpresa y admiración. Pero desde entonces he aprendido a calibrar laverdadera importancia de tales influencias, y las actitudes de los devotos las tomo ahoracomo manifestaciones exteriores de un estado emocional interno, por lo ...
... generalinexistente.Estaba entregado a mi tarea profesional en la regordeta y blanca pierna de unajovencita de alrededor de catorce años, el sabor de cuya sangre todavía recuerdo, así comoel aroma de su... pero estoy divagando.Poco después de haber dado comienzo tranquila y amistosamente a mis pequeñasatenciones, la jovencita, así como el resto de la congregación, se levantó y se fue. Como esnatural, decidí acompañarla.Tengo muy aguzados los sentidos de la vista y el oído, y pude ver cómo, en elmomento en que cruzaba el pórtico, un joven deslizaba en la enguantada mano de lajovencita una hoja doblada de papel blanco. Yo había percibido ya el nombre Montse Fernández,bordado en la suave medía de seda que en un principio me atrajo a mí, y pude ver quetambién dicho nombre aparecía en el exterior de la carta de amor. Iba con su tía, unaseñora alta y majestuosa, con la cual no me interesaba entrar en relaciones de intimidad.Montse Fernández era una preciosidad de apenas catorce años, y de figura perfecta. No obstante sujuventud, sus dulces senos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las queplacen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suavecomo los perfumes de Arabia, y su piel parecía de terciopelo. Montse Fernández sabía, desde luego,cuáles eran sus encantos, y erguía su cabeza con tanto orgullo y coquetería como pudierahacerlo una reina. No resultaba difícil ver que despertaba admiración al observar lasmiradas de anhelo y lujuria ...