Bianca
Fecha: 27/05/2019,
Categorías:
Transexuales
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Aquella era, sin duda, otra noche perdida. Una cena más con mis amigos había acabado demasiado pronto. Remontaba sin prisa las calles del Eixample de Barcelona. Era un paseo agradable en una noche de primavera. Al cruzar la Diagonal, el tumulto de los asiduos a las salas de fiestas de la calle Aribau me desvió por una pequeña calle hacia Tuset. En el camino las luces de neón de una pequeña discoteca me llamaron la atención, decidí tomar una copa y escuchar algo de música antes de continuar mi paseo. El conserje me cobró un precio ridículo que incluía una consumición y me abrió la puerta. Al abrir la puerta me zambullí en un mar de cuerpos sumergidos en humo de cigarrillos y música de sevillanas. Del lavabo de señoras, salían y entraban chicas cruzando una puerta perennemente abierta. Atraído por su descaro me detuve a observarlas. Estudiaban sus imágenes en el espejo, se pintaban, reían sin dejar de charlar entre ellas, hablaban con otras personas mediante sus teléfonos móviles, bailaban, admiraban su propia gloria frente al espejo. Una de ellas levantó la taza del urinario y comenzó a orinar de pie. Sorprendido, buceé entre los cuerpos hasta la barra y aullando para hacerme oír pedí una cerveza. Mientras esperaba que el camarero acabase de discutir con alguien en el otro extremo del muro de clientes, una mano me rozó el hombro y una voz me saludó desde detrás. Cuando me giré, una mirada diabólica y celestial me traspasó, proyectada desde el brillo letal de unos ojos de ...
... pantera que me deslumbraban escondidos bajo el alero infinito de unas pestañas interminables. Me despertó la sonrisa de unos labios oscuros y brillantes, entre los cuales unos dientes perfectos iluminaban el interior de una boca deliciosa. Finalmente, la aparición me habló con una voz profunda y acariciadora. El corazón se disparó dentro de mi pecho. Comenzamos a charlar. Se llamaba Bianca, era una travestí sudafricana. Solía trabajar en espectáculos de variedades fuera de la ciudad. Aquella noche, afortunadamente, estaba en Barcelona. Mientras hablaba, arrullándome con la dulzura de su timbre y empujada por el público que abarrotaba el local, se aproximó tanto a mi que su perfume y el aroma de su piel me inundaron. El recuerdo de esa sensación aún hoy me embriaga. Aquella fragancia excitante era tan poderosa que ha sido capaz de traspasar los paredes del tiempo para llegar hasta mí una y otra vez. Su conversación era chispeante y amena, su castellano era prácticamente perfecto. Parecía conocer a mucha gente del mundo del espectáculo. Las anécdotas se sucedían unas otras y sus ocurrencias eran insólitas. Era una delicia oírla, no podía para de reír y escucharla. Estuvimos más de tres horas unidos el uno al otro en aquella barra mientras el camarero, que en un primer momento me había parecido un cretino antipático, nos invitaba y se unía a la conversación. En un momento dado se hizo el silencio y nos besamos dulcemente. Decidimos ir a su casa que estaba no muy lejos, en Gracia. En ...