1. UNA HISTORIA DE AMOR FILIAL. (2)


    Fecha: 26/06/2019, Categorías: Incesto Autor: barquidas, Fuente: RelatosEróticos

    ... soberbio beso a su retoño en toda la comisura de la boca que hizo que los ojos del noble doncel se pusieran en blanco y vieran chiribitas. En fin, que de momento las glorias eróticas acabaron y acabadas estuvieron durante toda aquella tarde, pues mamá Elena permitió que el sufrido varón disfrutara de esa última tarde que disfrutaría mirando a las avutardas en su cuarto, que también hay cada predilección en este mundo mundial que bien merece una hermosa tunda de palos… Pero doctores tiene la Santa Madre Iglesia que se lo explicarán mejor que yo. Se hicieron por fin las siete de la tarde y mamá Elena demandó a su retoño que se duchara, perfumara y se pusiera de bonito subido al vestirse pues tan real hembra no iba a ir del brazo de un galán que la desmereciera. Ella, por su parte se dedicó a la misma tarea con pleno entusiasmo. Como es natural, Daniel estaba en el salón de la casa esperando a su madre un tanto antes de que su madre concurriera a la noble estancia de la casa, pues ya se sabe que eso de retrasarse es indiscutible prerrogativa femenina y mamá Elena era empecinada hembra en la defensa de las prerrogativas de su sexo. Y ello en todos los sentidos. Daniel venía temblequeando desde que su madre dijera: ¡A arreglarseee!… ¡Ar!, temiendo a la noche aquella más que a un miura, pero cuando vió aparecer a su madre de milagro el temblequeo no deriva en infarto fulminante. Y es que la aparición no era para menos pues Elena estaba algo más, mucho más que espléndida. “¡Qué ...
    ... belleza, qué cuerpo” se dijo Daniel… Y ante esa visión del paraíso Daniel se rindió diciéndose que esa noche sería la de “Aquí murió Sansón con todos los filisteos”, pues, sin duda alguna, el nuevo amanecer no lo vería. Tendría que suicidarse, cortarse las venas por lo menos, después del desaguisado que, inevitablemente, cometería con aquella hembra que le quitaba el sueño. Porque cómo venía Elena. Cuidadosamente maquillada, con los labios y boca perfilados, la sombra de ojos y rímel de las pestañas perfectos, el cabello suelto hasta por debajo de los hombros y enfundada en un vestido negro de seda natural que le llegaba hasta los pies. Un profundo escote que dejaba más bien poco a la imaginación pues mostraba generoso buena parte de sus senos sostenidos por un minúsculo sujetador en palabra de honor cuya única misión era sujetar mínimamente esos pechos por su base, pues lo cierto es que Elena casi no necesitaría sujetador alguno, dado que esas glándulas mamarias se mantenían casi más firmes y tersas que las de más de una, más de dos, tres y ni se sabe cuántas jovencitas veinteañeras aún a sus cuarenta y cuatro años. La seda del traje se ceñía a su cuerpo como si de una segunda piel se tratara, resaltando sus formas de mujer espléndida. Unos zapatos negros de increíble tacón alto formaban el ideal complemento del conjunto. Lo grande era que, si Elena aparecía como una diosa griega, como una Venus de Praxíteles o Lísipo, al propio tiempo era una mujer de exquisita elegancia. En ...
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