UNA HISTORIA DE AMOR FILIAL. (2)
Fecha: 26/06/2019,
Categorías:
Incesto
Autor: barquidas, Fuente: RelatosEróticos
... estrechó más y más a su hijo-amante apretando frenética el abrazo que, rodeando el cuello de Daniel, la mantenía íntimamente unida a él, unidos a los dos, Daniel y ella. Al tiempo, sus piernas habían subido hasta encerrar dentro de ellas los muslos del hombre por ese punto donde los glúteos acaban y las piernas comienzan. Enseguida las caderas de Daniel iniciaron la “Danza del Amor” con ese típico movimiento de vaivén, adelante atrás, adelante atrás, adelante atrás, movimiento al que las caderas de Elena respondieron con otro igual movimiento hasta que ambos movimientos se acompasaron tan al unísono que se diría que ambos se habían fundido en uno sólo. Y en cierto modo así era pues ambos cuerpos, idealizadamente al menos, se habían fundido en uno sólo. Tal era la compenetración a la que habían llegado. Según transcurrían los minutos la sensación de gozo y felicidad en Elena crecía más y más. Estaba obnubilada y para ella sólo existía eso, el gozo y felicidad que su hijo le estaba generando. Pero también la dulzura y ternura que al propio tiempo la embargaba. Aquello era distinto, diferente a lo antes vivido y experimentado, porque en esa relación no había violencia, no había alardes de sexo ciego que buscaran la culminación del placer por vía de la frenética enervación, por vía del típico “Más fuerte, más fuerte, más, más duro”. No, en aquella relación que su hijo la prodigaba lo que brillaba era la suavidad, la dulzura, la ternura con que la trataba. Lo que Daniel ...
... transmitía a su madre era, ante todo y sobre todo, a mor y cariño; amor y cariño que generaban pasión y ardoroso deseo en lograr que ella fuera por entero feliz y dichosa. Y Elena era feliz y dichosa al máximo; su hijo sabía lo que se hacía y lograba enteramente su propósito Elena gemía, jadeaba, suspiraba de gozo pero lo hacía quedamente, casi en susurros que llegaban a los oídos de Daniel con meridiana precisión Aquello seguía y Elena sintió que llegaba, eyaculaba por vez primera aquella noche. Se aferró cuanto pudo a su hijo y enclavijó los dientes según llegaba esa primera vez de la noche. Y por fin llegó, eyaculó sonoramente dando, más que gritos, alaridos de placer Elena acabó una, dos veces casi seguidas… Pero Daniel seguía empujando, incansable y Elena se abandonaba al empuje de su hombre… Sí; de su hombre… su macho… Eso sí que lo tenía claro ella, que Daniel, el hijo de sus propias entrañas, para ella era y sería por siempre el hombre definitivo; el único en el que encontraría toda la felicidad que ahora ansiaba, la que él, Daniel, la sangre de su sangre, el hijo de sus entrañas le estaba mostrando esa noche: La felicidad del sexo recibido y hecho con amor… Por amor… Daniel medía y administraba sus embestidas con tiento, con sabiduría; siempre pendiente de su madre, siempre entregado a ella y a satisfacer cuanto necesitara, cuando notaba que la “temperatura” femenina casi alcanzaba el punto de ebullición, frenaba el movimiento hasta niveles muy, muy bajos, casi imperceptibles ...