Mamá sabe lo que necesitas
Fecha: 20/11/2017,
Categorías:
Incesto
Autor: Escriba, Fuente: CuentoRelatos
Cuando llega a su casa, ya es de noche. Se desprende con sumo cuidado de los tacones y el uniforme de trabajo, tras lo cual penetra en el oscuro dormitorio. Es una habitación pequeña, sofocante y sin apenas decoración. Casi todo el espacio lo ocupa la cama de su hijo, quien parece estar durmiendo. Pero una madre siempre sabe lo que sucede, y no tarda en percibir que el muchacho está inmerso en un llanto silencioso, aunque igualmente doloroso. Han sido unos meses difíciles. El divorcio y la venta del hogar familiar, la marcha a otra ciudad, la novia que quedó atrás y los mejores amigos del mundo a cientos de kilómetros de distancia; demasiado para un chico, aunque sea uno tan maduro y responsable como su hijo. Una madre haría lo que fuera por devolver la sonrisa a su retoño, ¿pero cómo compensar la pérdida de los amigos, del amor y de las ilusiones de la juventud? Triste, sintiéndose inútil, se sienta en un borde de la cama y, con la mayor ternura del mundo, acaricia el rostro del muchacho, humedecido por las lágrimas. A cada suave caricia de los dedos maternos, la respiración del joven parece un poco menos agitada, hasta que finalmente parece que el sueño empieza a apoderarse de él. Cuando ya está dormido, el deseo de protegerlo la embarga y se aferra a él en un abrazo protector. Aunque ya no es un adolescente, para ella sigue siendo su pequeño, y le gustaría poder calmar sus pesares, borrar de su mente esos últimos meses terribles, igual que cuando era un niño borraba sus ...
... lágrimas con un beso y una golosina. Es entonces, cuando sus cuerpos están fundidos, cuando ella se da cuenta de que una elevación destaca entre las sábanas; es el sexo del muchacho, viril y poderoso, que amenaza con reventar los bóxers y escapar al aire libre. Curiosa, la madre dirige su mano y toca con la punta de sus dedos aquel promontorio. Ante su tacto parece agitarse en un breve temblor. Sorprendida por el efecto, mueve su mano con más seguridad y concede una leve caricia, de tal modo que es ahora el cuerpo entero del chico el que parece vibrar. Llevada por una extraña decisión que empieza a forjarse en su interior, introduce la mano dentro del bóxer y aferra sus dedos alrededor de la masculinidad que se le ofrece con la misma confianza que una valquiria tendría al aferrar el mango de su espada; el gemido de su hijo, aún envuelto por el sueño, confirma las sospechas de ella. El pobre muchacho lleva largas semanas sin tener contacto con ninguna chica. De hecho, ¿no será posible que parte de su tristeza se deba a su soledad, a no poder saciar las necesidades que todo joven siente a esa edad? No siente placer ni orgullo alguno al mover suavemente su mano sobre el sexo del muchacho, solo la determinación de aliviar su dolor, de ofrecerle el beso y la golosina que curen su dolor. Tras unos segundos de suaves roces, la madre retira la mano con cierta brusquedad, despertando sin querer al muchacho. –¿Mamá? –pregunta contemplando las sombras del dormitorio, sin saber dónde acaba ...