La reeducación de Areana (19)
Fecha: 08/09/2017,
Categorías:
Dominación
Lesbianas
Autor: señoreduardo, Fuente: CuentoRelatos
... señorita Guadalupe. –y debió anotar los tres números. Fue entonces que sintió que se estaba excitando y supo que era por esa demostración de autoridad férrea e inapelable con que las tres chicas la hostigaban y por su humillación ante ellas, por tener que llamar señorita a chicas de su misma edad. Comenzó a andar hacia la sala de profesores y ese camino fue la senda hacia su conciencia más profunda. Se le reveló con claridad absoluta que estaba en la cumbre de ese ascenso hacia si misma que empezara, desde lo inconsciente, con aquella rebeldía extrema que no era otra cosa que una herramienta para acceder a esta otra Areana, a la auténtica, a la esclava, a la puta, a la depravada que cogía con su propia madre con la que se había encontrado como jamás soñó encontrarse, en lo profundo de ese espacio/pasión donde habitaban en armonía perfecta la obediencia, el sometimiento a la voluntad ajena, el dolor, la humillación, las perversiones extremas, el placer más intenso y refinado. Ahora, con la aparición de Lucía y luego de Rocío y Guadalupe, su situación se había perfeccionado, porque, ¿cómo le hubiera sido posible soportar esas horas de libertad en la escuela que habrían contrastado dolorosamente con la tiranía de Milena en casa, con la frecuente presencia de Amalia, su Ama, o de Elena, adorablemente pérfida. En el devenir de esos pensamiento y sensaciones se encontró ante la puerta de la sala de profesores. Se preguntó si la señora Godínez habría llegado ya y ante la duda optó ...
... por llamar con los nudillos. -Adelante. –autorizó la docente desde el interior y a Areana le costó dominar el temblor de su mano derecha para tomar el picaporte y abrir la puerta. Lo primero que vio fue una mesa larga y rectangular con varias sillas a ambos costados y en la cabecera opuesta, la profesora Godínez, sentada con los codos en la mesa y apoyando su barbilla en ambas manos, con los dedos entrecruzados. -Permiso, señora… -murmuró la esclavita mirando al piso no bien hubo cerrado la puerta. -Venga, Kauffman, venga acá. –dijo la Godínez. Areana avanzó con paso vacilante por uno de los costados de la mesa y un metro antes de llegar a la cabecera la profesora la detuvo: -Quédese ahí. -Sí, señora. -dijo la niña recordando lo que la docente le había dicho respecto de qué hacer luego de recibir una orden. -Los pies juntos. –le indicó la Godínez. -Sí, señora. – dijo Areana antes de obedecer. -Manos en la espalda. -Sí, señora. –murmuró la niña y colocó ambas manos atrás mientras sentía que la iba invadiendo una fuerte y excitante tensión ante el tratamiento que le daba Godínez. La profesora tomó con su mano derecha una hoja en la cual Areana alcanzó a ver algunas líneas escritas. -¿Sabe lo que esto, Kauffman? –preguntó. -No… No, señora… -Su legajo, Kauffman. Un legajo lamentable, un horror. -Perdón, señora… Perdón… -atinó a murmurar Areana. -¡¿Perdón?!... No, Kauffman, conductas como la suya no se perdonan, se castigan. La frase resonó con fuerza en la mente de la esclavita y ...