El reencuentro tórrido con Agica
Fecha: 10/12/2017,
Categorías:
Incesto
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... adolescencia. Pero todo eso era obvio ahora. Lo que tenía que preguntarme, lo que realmente importaba, era qué lugar ocupaba mi hermana en mis sentimientos. Hoy. Ahora. En este momento. Su mirada reclamaba una respuesta inmediata. O una disculpa. Sandra seguía siendo una mujer guapa. Elegante. Tenía una media melena oscura, casi negra, que le ocultaba casi todo el cuello. Sus mandíbulas se habían endurecido con el tiempo, dotando a su perfil de la fortaleza de la edad. Sin embargo, su nariz fina, sus labios gruesos, su boca ancha, sus ojos grandes y brillantes, sus cejas finas... el resto de su cara seguía siendo tal y como la recordaba años atrás. Su cuerpo había aumentado de tamaño, pero era un aumento bien repartido que la dotaba de serenidad y acentuaba su feminidad. Mi hermana, en suma, era más guapa que antes. Pero antes no era así. Sandra era, diez años atrás, una muchacha de aspecto frágil, delicado. Jamás levantaba la voz y sus miradas eran tan profundas que difícilmente podías ignorarlas. Más de una vez adivinó qué pensaba. Pero también yo adivinaba qué pensaba ella. Quizá fuese porque nos conocíamos demasiado bien. La gustaba bailar y jugar al parchís. Cuando podía, hacía trampas y movía sus fichas pensando que no me daba cuenta. Pero se reía ella sola. No podía evitar reírse cuando quería engañarme. La primera vez que nos besamos ocurrió una tarde de verano. Yo la llevo dos años; yo entonces tenía diecisiete. Papá y mamá acudieron al entierro de un amigo (irónico ...
... destino). Yo tenía la excusa de los inminentes exámenes de recuperación de septiembre y Sandra la de que no tenía un vestido negro. Siempre le ha gustado vestir con colores alegres, luminosos. ¿No estudias? —preguntó cuando salió de su cuarto y me encontró sentado en el sofá y viendo la televisión. ¿Para qué? No he dado un palo al agua en todo el verano. Es tontería matarse ahora a empollar algo de lo que no tengo ni zorra. ¿De ninguna de las tres? Se refería a las tres asignaturas que había suspendido. No, de ninguna —me incomodaba hablar de ello con Sandra. Ella era la estudiosa. Yo el zoquete. Pero no me gustaba admitirlo. Papá y mamá se van a enfadar. Lo mismo me da ya, Sandra. Anda, déjame en paz. Venga, va. Si apruebas una puedes pasar al siguiente curso. Que no, Sandra. Déjalo. Yo te ayudo. Que no quiero. Deja de darme la coña, Sandra. Se sentó a mi lado y me aparté. Quería estar solo. Rumiando mi mediocridad. Puedo conseguir que apruebes por lo menos una. Se acercó a mí. Nuestros muslos se solaparon. Una sensación de incomodidad se iba apoderando de mi. Decidí hacerla caso. Para que me dejase en paz. ¿Cómo? Se inclinó sobre mi y me besó en los labios. Me levanté como si tuviese un muelle en el culo. ¿Qué haces? —grité escandalizado. Se levantó a su vez y me tomó de los hombros. Me volvió a besar. Su lengua intentó abrirse paso en mi boca. No permití que sucediese. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y se instaló en mi estómago. La empujé. Cayó sobre el sofá. Empezó ...