1. Mi madre, mi primer amor y mi primera mujer poseida por mi. Primera parte


    Fecha: 13/01/2018, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    El mayor placer que un hombre puede experimentar es el de penetrar con su pene el sexo de la mujer que le dio la vida. El mayor placer que un hombre puede experimentar es el de penetrar con su pene el sexo de la mujer que le dio la vida. Y ello es aún más verdad cuando se trata de un adolescente cuya madre es aún joven y hermosa. Al placer sexual se añade el de transgredir el tabú de los tabúes, y por ello es la mejor experiencia que un hombre pueda experimentar, más aún si el hombre es virgen, y su madre la primera mujer en ser poseída por él. Quién mejor que la mujer que te dio la vida, que te llevo nueve meses en su seno, que te alimentó con su propia leche, que te cuidó con amor y ternura durante la infancia, quién mejor para convertirte en hombre. Y a quién mejor un hombre puede regalar su virginidad que a aquella mujer que sabe que lo ama incondicionalmente y siempre estará a su lado, quien mejor para darle ternura en un acto que no se repetirá en la vida. Eso me pasó a mí cuando tenía quince años. Mi madre me había tenido a los dieciocho años y en aquel sublime momento en que me convertí en hombre mi madre era un hembra de 33 años en todo su esplendor. Mi padre era marino mercante y por ello pasaba largas temporadas fuera de casa; de los doce meses del año pasaría unos nueve fuera y tres en casa, por lo que lo común era que mi madre y yo estuviésemos solos durante largas temporadas. Mi madre pues era una hembra desatendida sexualmente la mayor parte del año. He de ...
    ... decir que mi pene no era muy grande sobre todo en comparación con el de mi padre, lo cual me tenía a mí ciertamente preocupado; en erección tenía unos 11,5 cm. y en flacidez más o menos la mitad, e incluso si me retraía yo hacia mí mismo y apretando llagaba casi a desaparecer como engullido por los testículos y además no descapullaba bien, pues en erección no descapullaba y si yo tiraba del prepucio hacia abajo apenas aparecía la punta del glande, y si intentaba bajarlo un poco más el dolor era insoportable sobre todo si estaba en erección. Un día me atreví a comentárselo a mi madre, pues mi padre como he dicho no solía estar en casa y con él tenía yo muy poca confianza. Mi madre me pidió que se lo mostrase, pero me daba vergüenza y además el hecho de que la comparase con la de mi padre, la cual yo había visto en flacidez y aún así era mucho más larga que la mía, por lo que en erección debía medir más de veinte cm., me producía más vergüenza todavía. Pero al mismo tiempo me excitaba el hecho de que mi madre me viese el pene, pues desde que había descubierto la masturbación a los doce años, mi madre era la mayor fuente de inspiración, sobre todo su hermoso culo que yo de niño cuando dormía con ella veía casi todos los días cuando ella se levantaba de la cama y se quitaba el camisón, ya que dormía sin bragas , lo cual es una sana e higiénica costumbre que pocas mujeres practican y que yo enseñe a la que ahora es mi mujer y a la que por cierto adoro y quiero con locura. Al ...
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